Diario de León
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En blanco | rafael torres

Sólo un ministro, en éste caso una ministra, es capaz de encontrar en el trágico incremento del paro en el mes de agosto algún motivo para el optimismo. Elena Salgado, emplazada a valorar la cosecha de 85.000 nuevos parados que ha dejado un mes en el que solía abundar el trabajo, siquiera el puramente estacional, ha dicho que en esa cifra se percibe una «desaceleración» en la destrucción del empleo, y que eso, cuando menos a ella, le alimenta el optimismo.

Se comprende perfectamente que quien conserva su empleo, bien que asombrosamente como en el caso de la ministra de Economía, no entienda muy bien el significado de quedarse sin él, y mucho menos de que se queden sin él 85.000, pero así y todo, o por eso mismo, el gobierno debería hacerse con los servicios de un asesor de ética política para que las declaraciones públicas de los ministros y los altos cargos salieran exentas de sarcasmo.

Que ochenta y cinco mil trabajadores, padres y madres de familia en muchos casos, que se han quedado sin trabajo, sin ingresos, tengan que oir de labios de la responsable política de su situación que lo suyo invita, en realidad, al optimismo, supone un plus de aflicción, de daño, que la alegre ministra deberís ahorrarles. La gente, si necesita un ministro de Economía para algo, es para que procure no fastidiársela, pero aun en el caso de que no pueda, la gente se conformaría, dada la mansedumbre bovina que impera, con que no le tocaran las narices.

Pero Elena Salgado, que hace una lectura libérrima y desatinada de la obligación gubernamental de animar a la ciudadanía en los trances difíciles, se las toca interpretando el recrudecido drama de tantos españoles en clave de comedia optimista, y no están los tiempos, ni en el aspecto económico, ni en el político, ni en el sanitario, para andar tocando narices ningunas.

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