Burquini
El baile del ahorcado cristina fanjul
Algunos países nórdicos han aceptado el uso del burkini, ese disfraz con el que las mujeres se someten y aceptan que su cuerpo es el responsable del pecado que cometen los hombres. Afortunadamente nos queda Francia porque creo que aquí este tipo de violaciones se permitirían echando mano de la cansina multiculturalidad. No se crean que el burkini lo usan tan sólo las musulmanas. Ya hay paleocristianas que también han hecho sus pedidos. Este regreso a la creencia en la vagina contaminante resulta más peligrosa de lo que podría parecer. Supone establecer una frontera entre lo puro y lo pecaminoso, y en este revival religiosofascista las mujeres siempre tenemos las de perder. Sobre todo porque el tránsito entre conciencias ya no se detiene en los límites políticos o geográficos. La abominación totalitaria viaja igual que las enfermedades y la laxitud de algunas conciencias acomplejadas, la ingenuidad de quienes siguen creyendo en la inocencia del buen salvaje y la permisividad con usos antidemocráticos pueden hacer que en poco tiempo las piscinas se llenen de estos trapos de la vergüenza. Y la cosa no se quedará ahí. Sabemos que a lo largo de la historia ha habido momentos en los que unos pocos han obligado al resto a mirar atrás. Lo malo es que una vez que te has convertido en estatua de sal cuesta demasiado volver a tu estado anterior.
Aquí se ha permitido ya que las niñas acudan al colegio con un pañuelo que tapa sus cabezas pero que, en el fondo, es el símbolo de la sumisión intelectual a la que se condena a las mujeres. Que un indeseable considere que mi voluntad vale lo mismo que la de un verraco no me importa nada, pero sí me preocupa que esa obscenidad mental adquiera algún tipo de derecho, que se crea que la tolerancia occidental comporta respetar este tipo de actitudes. Si transigimos, cruzaremos a la irracionalidad, a las tinieblas descritas por Kafka, y los delitos de este proceso también serán desconocidos.