Diario de León
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El aullido | luis artigue

Un pueblo con casino, plaza empedrada, muchachas con aire agitanado y guapo y atardeceres que ponen en el cielo tonalidades que recuerdan al trigo es, hoy y siempre, el mejor auditorio cercano para escuchar jazz sin parar. Y es que el jazz tiene mucho que ver con la calle; con el pueblo. El jazz es pura terapia, pues se trata de la música dolorida, improvisada y animosa de un pueblo esclavizado que, en Norteamérica, logró liberarse de sus cadenas mediante sus sonidos. Heredera de los cantos de los esclavos de las plantaciones de algodón -de ahí el blues- y de la música festiva que, para resarcirse, tocaban de noche en el granero promoviendo la danza de las chicas licenciosas -”de ahí el ragtime-”, esta música hace reír y llorar como el amor y el vino. De hecho en el jazz confluyen la alegría y la tristeza de una forma emocional, comunitaria y virtuosa haciéndonos saber así que hay notas musicales inspiradas que ofrecen más significados que muchas palabras. Y en ese principio que subyace en el jazz, en la alegría y la tristeza, en el ragtime y el blues, uno encuentra una gama de emociones no académicas que nos llevan a entender por qué en toda mitología el mundo es bipolar, bueno, malo, alegría, tristeza, ragtime, blues...

Pero ese pueblo fue alcanzando mayores cotas de libertad, y su música también. En 1929, tras el crack bursátil que trajo al mundo una crisis económica semejante a la de ahora, la gente estaba desanimada. Y se apoyaron precisamente en el jazz alegre, el que procede del ragtime, el llamado swing. La música festiva, como esa luz de frivolidad que ilumina a veces el mundo, pasó a convertirse en terapia y movimiento, en juerga espirituosa, un elogio denodado del presente-¦ Se empezaron a formar bandas lideradas por carismáticos compositores e intérpretes que, en los clubs regentados por gángsters, incitaban a la gente a bailar. Se trataba de orquestas en las que cobraba mucha importancia la sección de viento y los instrumentistas virtuosos, los cuales improvisaban solos en medio de la melodía. Así en el swing destacan las bandas y también los solistas: lo colectivo como potenciación o sublimación de lo individual.

Con la llegada de la llamada Ley Seca -”que prohibía la venta de alcohol-” empiezan a surgir diminutos clubs ilegales en los que, por su tamaño, ya no se puede bailar, y el jazz-swing se convierte por eso en música para escuchar. El swing agitador de los clubs de Harlem, Chicago y Kansas City -”ese que suena de fondo en la prosa de Scott Fitzgerald-” no trata de demostrar nada; tan sólo sugiere que la alegría puede ser revolucionaria, escurridiza y profundamente lírica, que la felicidad es momentánea, que la sonrisa de un cadáver nos habla del absurdo sentido de la vida, que la música hermana y humaniza-¦ Que el jazz, en suma, nos sintoniza el cuerpo con el alma. Pero, igual que un rumor insano en un vecindario, el swing trascendió Norteamérica y llegó a Europa donde músicos bohemios como el gitano belga Django Reinhardt reinventaron la sofisticación. De hecho Django, con su guitarra arrabalera, consiguió crear un sonido que sigue influyendo hoy en quienes perseveran en esa pureza pecaminosa que es el jazz-¦ Swing bohemio, agitanado y elegante como las muchachas del sur de León se escuchará hoy en Villamañán. Swing adictivo, vicioso, que gusta y emborracha como las-¦ ¡Vivan los vicios capitales de provincia!

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