La victoria de Samotracia
Con viento fresco josé A. Balboa de Paz
Si iconográficamente es discutible, estéticamente es de una gran fuerza y bell eza, eso es indudable. La réplica de la Victoria de Samotracia que, como recuerdo a las víctimas de la violencia, ha colocado el ayuntamiento de Ponferrada en el mirador del Sil es un tanto paradójica; pues la bellísima imagen helenística, hoy en el museo del Louvre, con sus alas desplegadas y su jitón, que deja trasparentar un cuerpo de hermosas proporciones, recuerda la victoria naval que los rodios lograron sobre Antíoco III hacia el año 190 a.C. Se trata, por tanto, de una Victoria o Niké y, como tal, poco tiene que ver con los buenos deseos del alcalde en torno al fin de la violencia, a no ser que se entienda que hay que ganar la batalla a la misma. La estatua evoca no la paz sino la guerra, entonces omnipresente para resolver conflictos entre personas, polis e imperios. Incluso el filósofo Heráclito, la tomaba como piedra angular de sus teorías, al decir que ésta, la guerra o discordia (polemós), es el padre de todas las cosas.
Hoy la guerra sigue estando presente, aunque a veces eufemísticamente la disfrazamos bajo términos genéricos, como el de la violencia. Así vemos como el gobierno, en lugar de hablar de la guerra de Afganistán, en las que estamos metidos hasta la médula, menciona actos de violencia de los talibanes sobre los soldados españoles. También el alcalde de Ponferrada mete en el mismo saco la violencia machista y terrorista con los conflictos bélicos, y así, al inaugurar el jueves pasado el monumento con la imagen de la Niké de Samotracia, dijo que ésta ha de ser memoria «de los que murieron en guerras fratricidas que dividieron regiones, países y continentes; de los que fueron víctimas de la represión y la venganza de los vencedores, de las víctimas de la prepotencia machista, de los que sufren la barbarie terrorista». No dudo de la buena intención de las palabras del alcalde, cuyo deseo de paz y diálogo para resolver los conflictos es muy loable, pero no toda la violencia es comparable.
A diferencia de la violencia machista o la barbarie terrorista, la guerra implica violencia, sin duda alguna, pero supone la existencia de contrincantes en igualdad de condiciones (si no lo están, si uno está en inferioridad, no habrá guerra sino sumisión, por el momento). No diré con Hobbes que el estado de guerra es la condición natural del hombre, ni con Engels que «la guerra es la partera, la comadrona, de la historia», ni con Clausewiz que «la guerra es la continuación de la política por otros medios»; solo recordaré que hay guerras justas e injustas. Sobre esto teorizaron los antiguos escolásticos, especialmente los teólogos de la Escuela de Salamanca (Vitoria, Suárez), aunque hoy, envueltos en el pacifismo reinante, todos deseamos la paz por encima de cualquier otra consideración; pero la paz no es el sumo bien, sino la libertad y la justicia. Todos quisiéramos que los conflictos se resolvieran mediante el diálogo, pero no siempre ha sido posible, ni aún lo es.
Ayer el Diario de León iniciaba en el Bierzo, con la edición específica para la comarca, la publicación de un coleccionable sobre la guerra de la Independencia en la comarca. Uno de los capítulos del libro hablará sobre los desastres de la guerra, pues fue un conflicto muy violento que acarreó innumerables males a las personas, los bienes y el patrimonio. Como el resto de los españoles, León y el Bierzo se vieron envueltos en una guerra que no iniciaron, sino que fue consecuencia de la invasión francesa, al pretender Napoleón imponer su dominio sobre la península. Ciertamente algunos -”los afrancesados-”, por razones ideológicas, aceptaron los cambios que llegaban con el rey José; otros -los patriotas- respondieron a aquella invasión con la guerra. Durante más de cinco años hubo una guerra desigual, cruel y despiadada, pero fue la única alternativa que aquél dejó a los españoles para garantizar su libertad. La derrota de Napoleón me evoca la Niké de Samotracia.