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León

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El rincón | manuel alcántara

La llave de la felicidad no la tiene nadie y si la encuentra por casualidad, resulta que le han cambiado la cerradura. No obstante, todavía hay gentes que se empeñan en pesarla y medirla: la revista Forbes ha liberado de su particular zoológico la última serpiente de verano, ahora que todos los medios de comunicación se disponen a abandonar la frivolidad obligatoria del estío. Más de diez mil personas, procedente de veinte países diferentes, han votado en una encuesta para averiguar cuál es «la ciudad más feliz del mundo». Hay razones para dudar de que ni uno sólo de esos electores haya alcanzado la categoría de persona, pero no las hay para dudar del resultado electoral según el cual Río de Janeiro es la triunfadora. También Barcelona está muy bien clasificada, por encima de Madrid, pero por debajo de Sidney y de Amsterdam. La que no sale en la lista es Xingiang. ¿Dónde estará Xingiang? Desdichadamente no puedo aclarárselo a nadie que padezca mi misma rotunda ignorancia. Me suena a chino. ¿Cómo van a ser felices allí, si están disparando con jeringas hipodérmicas con sida a sus enemigos étnicos, que probablemente tampoco son felices? Pero no hay que irse tan lejos. Las tropas españolas en Afganistán tampoco deben disfrutar de ese confortable estado de ánimo, a pesar de la satisfacción que proporciona el deber cumplido. La receta de don Antonio Machado para conseguir la felicidad sigue vigente: una buena salud y la cabeza vacía. Podemos ampliarla a los que hacen encuestas sobre las ciudades donde suele albergarse, pero esos no se conforman con gozar de su oquedad mental, sino que aspiran a propagarla.