Diario de León
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Panorama | antonio papell

Ante la gran algarabía orquestada en torno a la pandemia de gripe A que nos aqueja, las organizaciones colegiales de médicos han tratado de imponer un punto de razón sobre el asunto, cuya importancia ha sido manifiestamente exagerada por los medios, que probablemente le han otorgado al suceso más relevancia de la debida a causa de la proverbial sequía informativa del verano.

De momento, lo que se conoce es que la gripe A, causada por una variante del Influenzavirus A de origen porcino (subtipo H1N1) formada por material genético proveniente de una cepa aviaria, dos cepas porcinas y una humana, que sufrió una mutación y dio un salto entre especies (o heterocontagio) de los cerdos a los humanos y que se contagia de persona a persona, tiene una letalidad muy baja, dada su benignidad y su susceptibilidad a los retrovirales que se están aplicando. La patología causada por esta enfermedad es leve, y son muy raros los casos de fallecimiento de personas sanas. Lo que mejor ayuda a entender la trascendencia de la pandemia es un dato objetivo: esta gripe es menos grave que la estacional que cada año nos ataca en invierno. No deberíamos, pues, darle más importancia que la que damos a la que periódicamente nos invade.

Pero lo cierto es que la potencia mediática de este suceso es, sigue siendo, muy elevada, lo que ha llegado a suscitar alguna teoría de la conspiración. Se ha insinuado que la exageración del verdadero alcance de la gripe estaría estimulada por las industrias farmacéuticas, que obviamente hacen un gran negocio con la gigantesca demanda de vacunas y los retrovirales. Y si se toma en consideración el hecho de que Donald Rumsfeld, que fue controvertido secretario de Defensa con Bush, aparece implicado en el gran lobby farmacéutico, el fantasma de la maquinación ya está creado. Lo cierto es que en un sistema mediático abierto y pluralista, no es creíble semejante desafuero. Pero el hecho de que estemos convencidos de que hemos dado a la noticia de la gripe A una importancia desaforada no debería llevarnos a creer que la pandemia no tiene importancia. Algunos precedentes son terroríficos y lo que pueda suceder en el futuro es una incógnita. La directora general de la OMS ya explicó en mayo que puede que en un mes el virus desaparezca, puede que se quede como está o puede que se agrave. El riesgo estriba en este agravamiento. El precedente aterrador es el de la llamada gripe española de 1918, causado también por un influenzavirus A subtipo H1N1, no muy distinto del actual. Pero aquella gripe, que afectó al 20% de la población mundial, mató a 25 millones de personas en las primeras 25 semanas, y algunos estudios aseguran que, al término del episodio, habían muerto unos 100 millones de afectados. Aquel virus sufrió, al parecer, varias mutaciones, pasando de una inicial benignidad a una letalidad intensa. En España, murieron unas 260.000 personas, casi el 1,5% de una población total que no llegaba entonces a los 20 millones de habitantes. Es muy necesario, en fin, mantener una estricta vigilancia sobre la evolución de la enfermedad actual, que hoy nos encuentra en un ambiente sanitario espléndido, con una vacuna a punto y con tratamientos de gran eficacia. No es razonable desplegar morboso sensacionalismo pero tampoco ignorar el problema, que podría terminar teniendo una faz mucho menos amable que la que nos ha mostrado hasta ahora.

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