El carisma también caduca

El rincón | manuel alcántara

Aunque convirtamos a alguien en su propia estatua, sigue teniendo que afeitarse todos los días. El presidente Obama, que fue acogido como la esperanza negra, se enfrenta ahora con tres arduos problemas. El peor quizá es el de la reforma sanitaria, más duro aún que el de Afganistán y el de la seguridad nacional. Su asesor de -˜empleo verde-™ ha tenido que dimitir acuciado por la ofensiva republicana, pero eso no es lo más grave para el hombre que hace nada fue celebrado como el Mesías que ya nadie esperaba: lo peor es que él ha perdido más de diez puntos de popularidad a lo largo del verano. Diez puntos son muchos en una democracia, donde los combates electorales no se resuelven por KO, sino precisamente por puntos.

Se comprueba de nuevo que el lugar más sensible del organismo humano es el bolsillo. A los americanos, incluidos sus votantes, no les parece que alguien pueda curarse sin pagar. Hay que tener en cuenta que en ese gran país, donde hay 47 millones de personas sin seguro médico, han fracasado siempre los sistemas de salud, pero volvamos a lo que íbamos: ¿el carisma tiene fecha de caducidad? La palabra procede del griego y fue adoptada por el latín. Hoy la entendemos como un don gratuito que Dios concede a algunas personas para atraer o seducir. Las etimologías son gratis.

No es posible que ese don divino se le haya agotado a este joven y valeroso presidente apenas sin usarlo. La prensa de su país anuncia que hoy afrontará un duelo a muerte en el Capitolio.

Quizá no sea para tanto, pero puede quedar herido. Prometer no cuesta dinero, pero mantener lo prometido sale por un pico. Algo vamos sabiendo de eso los españoles. Estados Unidos es nuestra universidad a distancia y Obama nuestro rey mago Baltasar, aunque se llame Barack.