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León

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El mirador | julia navarro

Que nuestro país merece un suspenso sin pa liativos en lo que se refiere a la Educación, tanto académica como personal, es más que evidente. En primer lugar, el nuestro es un país de pendulazos, o sea de excesos. De la educación represiva hemos pasado a permitir que niños y adolescentes hagan lo que les venga en gana ¡y mucho cuidado con contrariarles!

Y en ese hacer lo que les da la gana podemos entender lo sucedido el pasado fin de semana en una zona residencial de Madrid donde un grupo de jóvenes se comportó como si de una guerrilla urbana se tratara porque ¡angelitos! al parecer se les puso alguna restricción para dedicarse a su deporte favorito que es beber alcohol compulsivamente, o sea el llamado «botellón».

Y aquí los padres y familia en primer lugar y la sociedad a continuación, debemos asumir nuestra parte de responsabilidad. ¿Alguien me puede explicar como los padres toleramos que nuestros hijos adolescentes beban alcohol? ¿Alguien me puede explicar por qué los poderes públicos respaldan los llamados «botellones» acotando incluso espacios para que los adolescentes se emborrachen? ¿De verdad es lógica está actitud por parte de nosotros, los mayores?

Beber no sale gratis, sobre todo si se comienza en la adolescencia. Así que por una parte se prohíbe vender alcohol a menores de 18 años, pero por otro los menores no tienen el más mínimo problema para comprar alcohol donde les viene en gana. Sucede lo mismo con el tabaco. Y para que les voy a aburrir con las drogas, que se venden en las puertas de los colegios como si de chucherías se tratara.

Pero ni padres ni poderes públicos parecen ser capaces de decir basta, es decir de volver a asumir su responsabilidad que pasa por educar. Y educar supone decir «no» en demasiadas ocasiones. Y aquí, en nuestro país, los poderes públicos no están por la labor de contrariar a los jóvenes que son un buen caladero de votos y, además, queda muy moderno darles la razón.

Por tanto debemos de preguntarnos cómo es posible que haya adquirido categoría de normal que adolescentes y jóvenes se reúnan en las calles para beber hasta caerse desmayados. Y cómo es posible que los sufridos vecinos de las zonas donde se reúnen estos jóvenes tengan que aguantar el ruido y la suciedad que estos angelitos dejan a su paso, porque naturalmente no se privan de hacer sus necesidades sobre el lugar. Y cómo es posible que los padres permitan que adolescentes de quince y dieciséis años estén hasta altas horas de la madrugada en la calle. Creo que a los niños se les está arrebatando la infancia porque cada vez comienzan antes a asumir los peores roles de los mayores.

Los incidentes de Pozuelo han encendido las luces de alarma pero ¿por cuánto tiempo? Es más fácil pensar que esos comportamientos violentos se debían a unos cuantos energúmenos en vez de ponernos a revisar qué es lo que estamos haciendo mal desde hace tantos años los poderes públicos, la sociedad y los padres. Por ahí deberíamos de empezar.