Pepito Piscinas
Fronterizos | miguel á. varela
Probablemente algún especialista en bucear por las profundidades del pasado consiguiera con esfuerzo encontrar en los últimos tres milenios de historia escrita un personaje tan mendrugo como Silvio Berlusconi. Yo no consigo hallar mejor antecedente que el de algún protagonista de aquellas comedias con las que Mariano Ozores arrasaba en las taquillas de los cines españoles de hace treinta años: un batido indigesto de Fernando Esteso y Andrés Pajares. Lo sorprendente es que un país que ha montado su desarrollo sobre la exportación del buen gusto; un país que reúne en su geografía la mayor cantidad de belleza patrimonial por metro cuadrado de la tierra; un país que ha generado algunas de las películas más bellas de la historia del cine y ha aportado a la literatura universal algunas de sus mejores páginas, haya sido capaz de elevar y mantener en el poder a este sujeto de atrabiliaria personalidad convertido en patético viejo verde, una tipología que, como es sabido, cuando se hace rica y poderosa, se transforma milagrosamente en la de simpático galán maduro. Sorprende igualmente la absoluta incapacidad de la que debe ser la peor oposición del mundo para desbancar en las urnas a este sujeto. Y sorprende también que, llevando al extremo lo que debe ser la cortesía diplomática, el presidente Zapatero aguantara impertérrito las hemorragias verbales del primer ministro, justificándolas bajo el paraguas del supuesto humor del mandatario italiano. Mientras los gobernantes más importantes del mundo intentan evitar la foto con el abuelete calentorro, temiendo ser salpicados por sus penosas ocurrencias, ZP ha caído ingenuamente en la trampa al ser arrastrado a la escena del sofá en Villa Certosa, escenario donde Pepito Piscinas y su mariachi disfrutan de su particular forma de ver el mundo. En su tosquedad, el cine de Ozores reflejaba una España cutre que creíamos muerta cuando realmente se ha reencarnado en una Italia decadente.