Diario de León
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Panorama | antonio papell

Parecía difícil de evitar: el grupo socialista del Ayuntamiento de Benidorm y un concejal tránsfuga del PP (en total, trece votos frente a doce) han presentado ya una moción de censura para derrocar al alcalde popular, Manuel Pérez Fenoll. Todos los concejales socialistas, conscientes de que su actitud vulnera el pacto antitransfuguismo, han anunciado que pedirán la suspensión de su militancia en el PSOE para no perjudicar ni involucrar al partido. Con anterioridad, tanto la dirección socialista de la Comunidad Valenciana como la del PSOE federal han desautorizado tal operación, que contraviene claramente el mencionado acuerdo, cuya última versión fue firmada el 23 de mayo de 2006 por todos los partidos parlamentarios ante Jordi Sevilla, a la sazón ministro de Política Territorial. Los rebeldes aducen innumerables argumentos para justificar su decisión, que al parecer sería reclamada por una parte relevante de la opinión pública de la localidad. Como es conocido, una de las concejales que participan en esta operación es la madre de Leire Pajín, secretaria de Organización del PSOE. La suspensión de militancia que solicitan los ediles desobedientes evita cualquier fricción reglamentaria entre madre e hija, por lo que carece de sentido que el PP sitúe a la número tres del PSOE en su punto de mira: con independencia de que estos acontecimientos constituyan un mal trago político y un desgarro personal para Leire Pajín, es claro que el aparato socialista ha cumplido con su obligación. Negarlo con el argumento de inseguros juicios de intenciones es como mínimo aventurado. Benidorm, ciudad costera que representa mejor que ninguna otra una determinada concepción del urbanismo turístico en los años sesenta y setenta, foco constante de especulación inmobiliaria desde aquella época remota, no ha tenido fortuna en su desarrollo municipal, tan poco edificante y tan afectado por intereses no siempre confesables. Porque los ciudadanos cabales que hoy asisten a este espectáculo municipal y espeso, que diría Rubén Darío, y que tienen suficiente edad recordarán sin duda el gran parecido y la simetría de este episodio con el que, en el año ya lejano de 1991, acaeció en sentido contrario. En aquella ocasión, una concejala tránsfuga del PSOE, Maruja Sánchez, dio el poder al PP y la alcaldía a Eduardo Zaplana.

Quien después sería presidente de la comunidad autónoma valenciana y ministro de Aznar, supuesto autor de la inefable frase

, hoy en altas responsabilidades en la empresa privada, nació políticamente de aquella traición. La tal Maruja Sánchez, que se prestó a la maquinación, fue premiada con un cargo vitalicio en la corporación que le ha durado 18 años. Precisamente, una de las mociones que la nueva mayoría ha sacado adelante en Benidorm ha sido la supresión de dicho cargo y de otros varios de dudosa utilidad. El todavía alcalde, Pérez Fenoll, ha conseguido desactivar esta destitución, que revivirá si la moción de censura se consuma. Como es patente, aquellos polvos han traído los lodos de este colosal guirigay. Benidorm, viejo exponente de un desarrollismo desaforado y sospechoso, sigue padeciendo la explosiva mezcla de inepcia y ambición política de sus responsables municipales. ¿Cómo convencer a toda la opinión pública de que la política es una actividad limpia y de que no todos los políticos son iguales?
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