Discurso
Fronterizos | M. A. varela
Ante la simpleza y lo previsible de los discursos políticos actuales, la intervención de voces como la de Julio Anguita son, aunque se discrepe con sus tesis en todo o en parte, una excepción en el panorama del tópico mal digerido y peor contado que el ciudadano recibe de su clase dirigente, contagiada del tono «cuore» que domina la bobada nacional. Como personaje, probablemente el ex-secretario general de IU se encuentre más cómodo en su papel de teórico de la izquierda pendiente que liderando, sobre el paupérrimo escenario político real, una opción en imparable decadencia necesitada urgentemente del diván del sicoanalista. Quizá por eso, los planteamientos de Anguita crecen y se enriquecen cuanto más se aleja de la torpe arena cotidiana. Cuentan que en sus tiempos de actividad pública, cuando pasaba por Ponferrada se detenía a comer pulpo en el viejo local de Las Cuadras, protegido de miradas indiscretas por las murallas del castillo, sin molestarse en notificar su presencia a los responsables locales de IU, con gran disgusto por parte de éstos cuando se enteraban de la fugaz visita. No se sabe si tal discreción era consecuencia de cierta timidez característica o simple táctica para evitar sobremesas tediosas y preguntas impertinentes como la que le soltó, en un mitin de no recuerdo qué campaña, un veterano militante reprochándole desde la normalización democrática había dejado de recibir su ejemplar de Mundo Obrero que con puntualidad y riesgo devoraba durante la clandestinidad. Contra Franco, ya se sabe, se vivía mejor. Anguita ha hablado en León de vincular Derechos Humanos con el cambio de modelo económico, pidiendo a la izquierda que los hiciera suyos y predicando con paciencia de maestro la necesaria ejemplaridad en el comportamiento de los cargos públicos. Y sin decir nada extraordinario, tal discurso cae como lluvia en un campo sediento.