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León

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La veleta | pedro baños

Tarde es para cuestionarse la oportunidad de la intervención en Afganistán. De dudar si habría que haber prestado más atención a las decepcionantes experiencias de británicos y soviéticos. Ya sólo importa que la OTAN tiene que saber ganar la paz afgana, la misión más importante de su existencia, y que también podría ser la última. La derrota de la Alianza, la que no consiguieron los misiles nucleares soviéticos ni todo el potencial militar del Pacto de Varsovia, la podría infligir un adversario teóricamente despreciable, el combatiente-miliciano que se hace sus propias armas y municiones.

No habría escenario más peligroso: unos insurgentes desorganizados, sin especialización militar, carentes de alta tecnología, encontrando el talón de Aquiles de la organización militar más poderosa de la Historia. Un enemigo fácil de replicar en otras zonas del mundo, pero que pondría en jaque la seguridad global. Se trata de un peligro real no sólo para Occidente. Otro Afganistán convertido en semillero de terroristas internacionales, que llevaran sus acciones extremas a otros países, no haría más que enturbiar las ya delicadas relaciones entre los mundos musulmán y judeo-cristiano, de lo que ambos saldrían muy perjudicados.

De este contexto afgano también se aprovechan los servicios de inteligencia de los países que piensan que algún día podrían tener que enfrentase a la OTAN, a fin de observar con lupa sus dificultades, sus reacciones, las actitudes de sus gobernantes y ciudadanos. Para detectar puntos vulnerables, los eslabones más débiles de la cadena Atlántica.

La solución a este conflicto no puede ser abandonar a su suerte a Afganistán, cuyo desacreditado Gobierno apenas duraría horas en el poder, retornándose enseguida a las peores visiones de 1996 con la llegada de los talibanes. Ni tampoco es una solución dejar una parte del país sin pacificar, permitiendo santuarios que volverían al origen del problema. Es el momento de tener visión estratégica y concienciarse de todo lo que está en juego. De incrementar los esfuerzos. De aislar a los talibanes y a los seguidores de Al-Qaida del pueblo al que intimidan y presionan para conseguir su apoyo.

Sin duda, estamos ante una decisión arriesgada justo cuando se incrementan las bajas propias y se reduce el respaldo social a los niveles más bajos. Y además sin que el éxito táctico pueda ser mínimamente garantizado. Pero el fracaso sería mucho más terrible.