Diario de León
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En el filo | CHARO ZARZALEJOS

F átima Hssini, hermana de un presunto terrorista, ha sido citada por la Audiencia Nacional en calidad de testigo. Lo hizo con burka. Tapada del pelo a los pies, sin dejar a la vista ni un centímetro de piel, ni un solo pelo. Nuestro sistema jurídico es de los más garantistas de cuantos existen en el mundo democrático, pero, como es natural, tiene algunos límites. Uno de ellos, bien razonable, es saber a ciencia cierta a quién se tiene delante y para ell o no se ha inventado nada distinto a que el rostro sea visible.

Fátima se negó a descubrir su rostro porque, según explicó, su religión se lo prohibía. El juez trató de negociar, pero no lo hizo con ella, sino con su marido, dueño y señor de la voluntad, cara y cuerpo de su mujer. Al final, se llegó al acuerdo según el cual el próximo lunes Fátima asistirá de nuevo a declarar con la cabeza cubierta y la garantía de que nadie verá su rostro. A muchos kilómetros de la Audiencia Nacional, en Irán, el Ejecutivo de aquel país ha tenido una nueva y creo que aberrante ocurrencia, como es el prohibir la exhibición en escaparates de ropa interior femenina y las maniquíes no deben sugerir que son mujeres. Nada de curvas, ni piernas al aire; es decir, palos con cara de mujer. Pocos derechos merecen tanto respeto y reconocimiento como el derecho a creer y practicar la religión que cada cual quiera, o ninguna. Es el presidente de Francia el que ha sentenciado que «una sociedad con creencias es una sociedad esperanzada». Pero esta afirmación requiere de matices cuando, en nombre de la religión, se atenta contra el devenir de los tiempos, contra la libertad y contra las mujeres.

Todas las «fátimas» del mundo tienen derecho a vivir su religión según su saber y entender, e incluso a vestir como les venga en gana; pero deben saber, ellas y ellos, que en occidente hay normas y límites que deben cumplirse. Sería un error desistir de nuestra forma de entender la vida, poner en cuestión la diferencia clara que debe existir entre las normas de obligado cumplimiento en una sociedad democrática y las creencias de cada cual. Desistir sería tanto como iniciar un camino de no retorno, máxime cuando lo que hay al otro lado es puro extremismo y una concepción de la vida y de la mujer inasumible en los países libres. Zapatero defiende la Alianza de Civilizaciones. Se refiere, naturalmente, al mundo islámico, en donde, efectivamente, existen diversas formas de entender su propia religión, y esa alianza creo que, en buena parte, ya está hecha. Un recorrido por España y Europa es buen ejercicio para comprobar el extraordinario número de mezquitas que existen; los miles y miles de ciudadanos musulmanes que estudian en nuestras universidades; las numerosas carnicerías pensadas sólo para ellos, y bien recientemente hemos conocido que Ceuta ha declarado fiesta oficial el último día del Ramadán. Así deber ser: respeto a las creencias ajenas y reconocimiento a sus derechos religiosos. Pero hasta ahí. Todo esto indica que el problema no es de los occidentales ni de los islamistas que saben hacer compatible su religión con la libertad. El problema son las intolerancia y éste se agrava cuando esas intolerancias son instigadas, alentadas y preservadas por los respectivos Gobiernos.

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