Diario de León

Gallardón y los juegos perdidos

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Panorama | ANTONIO PAPELL

Era manifiesto que Alberto Ruiz-Gallardón, el más brillante sin duda de los políticos de este país a pesar de sus reconocidos defectos -es ciclotímico, arrogante, mudable y, como alguien ha dicho, tiene un ego sólo un poco menos que el Palacio de Oriente-, se jugaba mucho en el envite de los Juegos, que finalmente ha perdido, por más que la derrota haya sido por la mínima y sumamente honrosa.

Muchos pensábamos que Madrid no debía haber presentado en esta ocasión su candidatura porque era prácticamente imposible conseguir los Juegos de 2016, después de que los de 2012 vayan a celebrarse en Europa (y también los de invierno de 2014, en Sochi, Rusia). En un mundo globalizado como el actual, y con un conjunto de países emergentes necesitados de reconocimiento y protagonismo, era evidente que, por poca sensibilidad que tuviera el COI, los Juegos de 2016 no iban a tener lugar en Europa.

Pero una vez que Gallardón, obstinadamente, decidió probar fortuna, y una vez constatado también que la candidatura tenía mucho fundamento -la derrota se ha debido a las causas apuntadas y no a razones técnicas objetivas-, no tendría sentido que dejáramos de presentar la candidatura a los Juegos de 2020. En ese año tendremos que competir, muy prob ablemente, con París -que ha perdido tres veces seguidas- y con Berlín, pero por lo menos estaremos en igualdad de condiciones subjetivas con esos candidatos. En cualquier caso, el arrojo de Gallardón, que tras endeudar a su ciudad hasta extremos manifiestamente inmanejables se ha gastado chorros de recursos en este intento fallido, no le resultará gratis en términos políticos. Los fracasos se pagan, y Gallardón tendrá que reconocer que tras este naufragio, que nos ha alcanzado a todos en momentos de grave depresión -la crisis parece más dura después de la decepción-, tendrá de ser otra persona la que emprenda con ideas nuevas el viaje hacia la candidatura que habrá que presentar dentro de cuatro años.

En cualquier caso, y aunque ha derrota nos ha afectado a todos, no cabe ocultar que la clase política ha experimentado en su fuero interno un cierto alivio. Porque el traspiés de Gallardón ha complacido secretamente a todos sus adversarios políticos, no sólo del PSOE, su antagonista natural, sino también del PP, donde los aspirantes al liderazgo temen la brillantez del alcalde madrileño, que ha demostrado un fortísimo tirón popular y una capacidad de arrastre incomparable, incluso en sectores ideológicos distintos del suyo. Gallardón -conviene recordarlo- acumulará para Madrid a finales de este ejercicio unos 8.000 millones de euros de deuda, 600 de los cuales se han consumido en la fracasada candidatura olímpica. La deuda representa el 155% de los ingresos corrientes de la ciudad, bastante más del 110% que la ley de Haciendas Locales impone como límite. Economía ha declinado además concederle la autorización para nuevos endeudamientos, lo que explica la desesperada subida de impuestos, el afán recaudatorio y la imposición de una tasa de basuras que ha indignado a los madrileños.

Todo esto se hubiera diluido en una victoria olímpica, pero en las a ctuales circunstancias, Gallardón, que ha embarcado a todo el establishment -desde el Rey a los atletas- en este fracaso, debe ser la víctima política de su propia audacia.

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