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León

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Panorama | antonio papell

La publicación de parte del sumario del caso Gürtel por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha significado la revelación de muchos más datos comprometedores de la trama. Tan comprometedores, que Rajoy ya no puede mantener por más tiempo la estrategia de «indiferencia» y olvido que ha prodigado en tanto parecía que lo ocurrido era un accidente concreto y susceptible de reducirse a unos focos aislados en Valencia y Madrid. La genérica declaración en el sentido de se depurarán responsabilidades es por ahora insuficiente.

Lo que se desprende de las primeras revelaciones publicadas, y a falta de que se pueda analizar con pormenor el contenido completo del sumario, es la sensación de que la trama dirigida por Correa se extendió como una mancha de aceite por la práctica totalidad de las estructuras regionales del PP gobernante, con ramificaciones en las comunidades mencionadas, en Galicia y en Castilla y León, y con influencia en zonas muy comprometedoras de la cúpula. Las alusiones a Agag, como beneficiario de los rendimientos de las corruptelas, y la omnipresencia del tesorero del PP, Bárcenas, en la mayoría de las operaciones dudosas sugieren una mezcla sórdida de financiación ilegal del partido y una escabrosa penetración del influjo corruptor en numerosos ámbitos que, a fin de cuentas, se concretan en nombres y apellidos.

Lo más grave es, sin duda, la evidencia de que Vito Correa y su cohorte de colaboradores llevaron a cabo una aparatosa y fructífera labor de seducción a fuerza de dádivas y halagos. El reloj de más de 20.000 euros que, según las grabaciones, recibió el secretario general del PP valenciano, junto a la advertencia de que no lo luciera en Valencia porque «daba mucho cante», es quizá el hecho más revelador del aprovechamiento que los conseguidores hicieron de la codicia del establishment político popular. Al parecer, los corruptores proporcionaron asimismo a Costa, en condiciones digamos que ventajosas, el Nissan Infinity con que este personaje se lucía en su brillante vida social. También Ana Mato, según el sumario, se benefició de la generosidad de la trama en materia de automoción.

Pero más allá de los episodios penosos que ahora salen a la luz, y en los que asoma, inefable, algún arrebato de megalomanía (Camps encargó a la trama que le consiguiera una foto con Obama), el conjunto de todos ellos revela, a la vez que la procacidad de los inductores de la corrupción, la generalizada venalidad de sus interlocutores en el partido, que sólo en 2005, y por intervención directa de Rajoy, dejó de colaborar con Correa (salvo en Valencia, donde sus socios continuaron trabajando). La impunidad con que se movieron estos facinerosos en las habitaciones del poder popular y el hecho de que nadie saliera a pararles los pies con la energía debida demuestran, como mínimo, una dolosa lenidad en los comportamientos políticos. Aquí ya no está en juego la suerte del PP en las futuras elecciones: es la solidez de la democracia y la credibilidad de Rajoy lo que se tambalea. Si el líder del PP, cuya integridad no se cuestiona, no da el necesario puñetazo sobre la mesa y comienza la depuración de responsabilidades, no tendrá autoridad moral para exigir a los ciudadanos que paguen sus impuestos. Como decía el director de La Vanguardia, «sería suicida para los populares creer que la crisis económica terminará tapándolo todo».

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