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León

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Historias del reino margarita torres

A partir de los años 60 del pasado siglo, España entró en una dinámica de abandono del medio rural. Sus consecuencias inmediatas fueron la despoblación y la caída de la ganadería y la agricultura, dos de los tres pilares de nuestra economía, según los mayores expertos a nivel mundial en estas materias. Nuestro país, lejos del ladrillo que nos ha llevado a la cresta de una ola que explotó reventándolo todo en sus burbujas de aire, necesita apoyarse en aquello que apartó de la mano de una supuesta modernización que, como a menudo ocurre en esta bendita nación, es sinónimo inequívoco de chapuza. Y es que somos así. De torpes, me refiero, de malas copias de los peores defectos de fuera, de necios a la hora de rendir lo nuestro sin luchar.

La ganadería española podría volver a ser, con inteligencia y apoyo decidido de los gobernantes, la mayor amenaza de Francia, potencia colonizadora en tal fuente de riqueza. La agricultura, diversa, fértil, supera en calidad a las que proceden de la explotación a ese tercer mundo que tenemos al sur de Gibraltar, hervidero de potenciales revueltas sociales no muy distintas a las que nosotros mismos sufrimos siglos atrás. Depender, por tanto, de lo que se produce fuera cuando lo de dentro es óptimo, refleja la tradicional necedad ibérica convertida en beneficio de unos pocos y explotación de los bolsillos de productor y consumidor. En estos últimos años, además, el medio rural en Castilla y León camina en tales materias hacia las cuevas del Averno mismo: tasas de crecimiento vegetativo negativas, emigración a la ciudad para convertirse en parado quien podría continuar con la labor de sus padres en el pueblo y sostener a la familia, estorbos administrativos de todo tipo-¦.

Dignificar el trabajo en el campo supone dotar al territorio de unas infraestructuras que conviertan en atractivas sus posibilidades de presente y más las de futuro: una buena red de comunicaciones, posibilidad de revertir un canon eléctrico, implantación de servicios sanitarios, geriátricos cercanos a los lugares de población asentados en centros comarcales, guarderías y, sobre todo, apoyo decidido a la mujer, vertebradora auténtica de toda reforma socioeconómica que se busque implantar. Mas en el medio rural aún pesan demasiadas losas. Seamos sinceros: resta mucho camino para que se dignifique el trabajo femenino y alcance el nivel del varón, para que ser mujer no suponga morir en el intento de compaginar trabajo, niños, marido, casa, sino que hogar e hijos se conviertan en tareas compartidas, el marido se cuide solito, que no es tonto, y el trabajo no separe sino que sume esfuerzos.

Hoy, con una ratio de 108 varones por cada 100 hembras, ellos superando la media de los 50, volvemos a las caravanas de mujeres, cuando lo más sencillo sería apoyar a las que resisten cual si de Agustina de Aragón se tratase, aferradas a lo que les gusta y ha sido su vida, al lugar donde nacieron o eligieron para vivir. Un mundo rural que debemos revitalizar a través del apoyo a la mujer o, en unas décadas, frías cruces heridas por el abandono señalarán en sus cementerios el lugar donde antaño rieron los niños.

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