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León

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En blanco | javier tomé

Entre los males sin cuento que atenazan al mundo actual, tan birrioso y esmirriado, el maligno virus del aborto a go-gó se ha convertido en motivo principal de preocupación para la España vieja, católica y tradicional, comandada en su redada espiritual por la jerarquía eclesiástica. El gran peso de la religión ha pasado a la historia en buena parte de Europa, aunque nuestro país permanece sumergido en un doloroso naufragio espiritual que es auspiciado, como no podía ser menos, por los hijos de Satán que se encargan en la actualidad de desempeñar las tareas de gobierno. Una horda de Mefistófeles cuya actuación se inspira en los tejemanejes del pérfido Herodes, pues en vez de dedicar su tiempo a arreglar la sangría económica imperante prefieren especializarse en la matanza de bebés inocentes. Así clamaban los trescientos mil millones de manifestantes, según cifras facilitadas por los organizadores, que acudieron a Madrid a protestar contra la ampliación de la ley del aborto, a la que consideran ponzoñosa como droga de boticario para la salud moral de la nación escogida por el Señor.

Bajo una capa de entusiasmo pascual y alegría desmedida, puesta de moda por el conjunto Viva la Gente, la Iglesia patria lleva tiempo sacando el bate a pasear, decidida a imponer la eterna lección magistral de parroquia, buenas costumbres y mano dura. Y eso que el Caín de Zapatero suele rendir pleitesía a la sabiduría milenaria del obispado, hasta el punto de aumentar en un 34% las aportaciones de Hacienda para salarios del clero. Pero nada, con la teología del dogma no se juega, así que el colectivo de la fe y la espada le ha cogido el gustillo a salir a las calles, globo en mano, para denunciar la atmósfera de fin del mundo en que nos movemos. Uno nunca sabe lo que traerá el mañana, si es que trae algo, pero resulta evidente que contra José María Aznar vivíamos mejor.

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