Diario de León

la opinión del lector (II)

El padre Luis: la sonrisa de un niño

Publicado por
Ara Antón. LEÓN
León

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Se nos fue hace pocos días el padre Luis; el padre Luis Estrada; el padre Luis para los que le conocimos y, como no podía ser de otro modo, le amamos. Le amamos, no por su extensa cultura y preparación, adquirida en largos años de estudio en España, Roma, Colombia…, tampoco por el brillante desempeño de difíciles labores, como la de dirigir colegios o formar seminaristas… le amamos, sobre todo, por su humanidad y generosidad inagotables, por estar siempre a disposición de cualquiera que le necesitara o simplemente le buscara para poder hablar. Él, presionado siempre por obligaciones, encontraba el momento de escuchar y consolar. Así, durante los doce años que dirigió y amparó, con su comprensiva sonrisa de niño grande, la parroquia de Nuestra Madre del Buen Consejo. Yo también fui a buscarle, sin conocerle con anterioridad, para pedirle un favor. Necesitaba información sobre el balneario de Boñar -edificio que los Agustinos usaron en un tiempo como seminario- para una de mis novelas. No sólo me ofreció todos sus conocimientos sobre el tema, me condujo a la villa, para mostrarme el lugar, y hasta me incitó, entre risas, a bañar los pies en el agua, asunto que siempre, a partir de ese día, fue motivo de broma entre nosotros. Y luego, acompañándome en la presentación de otro de mis libros, me propuso una idea, que dijo le rondaba por la cabeza hacía tiempo. Quería una biografía de San Agustín que pudiera llegar a todo el mundo. Acepté el desafío y su entusiasmo me desbordó. Me cargó de libros, revistas, artículos y, sobre todo, me dedicó su tiempo y su ayuda sin reservas. Desde ese momento, nuestra amistad, al menos por mi parte, se hizo constante y fraternal. Nos veíamos a menudo para compartir vivencias y preocupaciones. Hace apenas tres semanas, fui a visitarle al colegio de los Agustinos, donde vivía después de ser nombrado Prior de la comunidad. Me recibió, como siempre, sonriente, yo diría que ilusionado, a pesar de la responsabilidad enorme que acababan de colocar sobre sus hombros. Y al despedirnos, quedamos para vernos en breve, aunque «tú llama; ya sabes que nunca sé si voy a poder». Pero siempre podía y estoy segura de que sigue pudiendo, ahora más que nunca, porque su libertad y su amor son infinitos. Esta es mi experiencia junto a la gran figura que ahora se nos ha ido. Creo que, con distintos nombres y situaciones, podría ser la de cualquiera de los muchos que le conocieron. Los Padres Agustinos han perdido un hermano; nosotros un padre.

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