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León

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Aquí y ahora | Fermín Bocos

Lo que son las cosas. Hace un par de días entrevistaban a Jordi Pujol en la televisión catalana y le preguntaban por el «caso Millet» -saqueo de los fondos del Palau de la Música, con alguna partida destinada a una fundación próxima a Convergencia- y el veterano presidente, con gesto de irritación, hablaba de «tirar de la manta» sugiriendo que todos (los partidos) tenían mucho que ocultar.

Veinticuatro horas después estallaba la «Operación Pretoria», el sumario abierto por el juez Garzón contra una trama de corrupción en la que, de momento, hay nueve detenidos, entre ellos un miembro del Comité Federal del PSOE (el alcalde Bartomeu Mu ñoz) y dos ex altos cargos de la «Generalitat» en tiempos de la presidencia de Pujol: nada menos que Maciá Alavedra, ex «conseller» de Interior, y Lluís Prenafeta, antiguo secretario general del Gobierno catalán y mano derecha del citado Pujol. Este nuevo caso, unido a toda la trama «Gürtel» que señala con dedo ominoso a determinados dirigentes del PP sugiere un par de reflexiones: la primera que Jordi Pujol desaprovechó una magnífica ocasión para callarse; la segunda, que no podemos seguir así porque la corrupción está minando la credibilidad de los ciudadanos en el sistema. Vamos a velocidad de crucero hacia el modelo italiano en el que los ciudadanos han hecho buena la resignada o cínica recomendación de taparse la nariz antes de ir a votar. La corrupción -tolerada socialmente porque hemos entronizado los valores del dinero y no los del mérito acuñado con el esfuerzo pesonal- puede acabar con el sistema democrático. Hay que tirar de la manta, sí, pero con todas sus consecuencias penales y políticas. Quiero decir que si no queremos que la enfermedad se haga crónica hay que castigar en las urnas a los políticos y a los partidos que se dejan llevar por la corrupción. Hay que castigarlos sí, queremos evitar que el populismo y el neofascismo se apoderen de la escena política española. No crean que exagero.