Condecorados
En blanco | javier tomé
L a vida, evidentemente, es el deporte de más alto riesgo, y eso sin tener en cuenta que siempre acaba mal. Pero mientras tanto disfrutemos con postales domésticas como la que tuvo lugar el pasado jueves, desarrollada a la sombra de esa sinfonía de luz y de piedra que toma forma en la Pulchra leonina. En un acto presidido por el alcalde y por José Antonio Díez, concejal responsable del área, se condecoró a un puñado de agentes integrados en la ahora llamada Unidad de Seguridad Ciudadana, conocida antaño como Brigada Especial. En paralelo a la evolución social desde el páramo franquista al sistema democrático, reputado como el menos imperfecto de los modos de gobierno, ¡cuánto ha cambiado la policía en los últimos años! Porque aún tienen un hueco en el imaginario colectivo aquellos feroces guardias de la porra, todo dientes, mala leche y disposición bruta, que solían apuntarte a la yugular como argumento supremo de autoridad.
La policía vive expuesta al foco mediático, lo que sin duda garantiza un respeto escrupuloso a las reglas de juego imperantes en una sociedad ordenada a partir de las libertades públicas. Los valores de justicia y ciudadanía constituyen el núcleo común de criterios y convicciones que regulan la actuación de las fuerzas de orden público, siempre atentas a los vaivenes del azar. Y, desde luego, la buena fortuna jugó sus cartas a favor de los agentes condecorados, pues fueron los responsables directos de la captura de ciertos delincuentes que acababan de cometer un asesinato en tierras cántabras. Audaz golpe de mano que les ha valido dicho galardón, por dejar claro que León no puede ser un escenario de impunidad. Con actos como el de la pasada semana se generan empatías, al tiempo que se ratifica el papel de catalizador social que ejerce una policía volcada en el saludable hábito de impartir cursillos acelerados de educación cívica.