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León

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Al trasluz | eduardo aguirre

Por más años que le eches a este oficio, nunca terminas de comprender por qué ciertos hechos se convierten en noticia. Y lo digo feliz de que así sea. Veamos una reciente información que antes no hubiera pasado de chascarrillo vecinal: la SGAE exige a un peluquero de Hospitalet de Llobregat que pague entre seis y doce euros mensuales porque en su local se escucha música en la radio. Le amenazan con los tribunales. La noticia ha salido en todos los telediarios. Si llegan a pedirle treinta, la Organización de Naciones Unidas manda observadores. Tras un hamletiano debate interior, entre pagar o empuñar la navaja para barbas difíciles, ha decidido rendirse, pues necesita las ondas para cortar con inspiración el pelo. Cuando los generales andan a lo suyo, la sociedad mira hacia la infantería, o sea, a ella misma. Esteban es un trapecista de la tijera, no tiene catorce cargos como la mujer del presidente Montilla, y la crisis está llevando a que se dejen la melena incluso los calvos. «Escolta tú, a mí las melodías me la silbas, y me cobras lo mismo», le consolaba un cliente de siempre. Pero sabe que la música además de amansar a los pelos rebeldes, propicia que la conversación se eleve por encima de la coronilla o del champú al huevo. Y pagará, aún sintiéndolo injusto. No conoce otro caso similar en el sector. Una peluquería es un ágora donde por un rato puedes sentirte un Sócrates de barrio, incluso un Einstein de provincias, disertando sobre esto y aquello, mientras suena música de fondo, aunque sea La Barbacoa . Pero a quienes habría que abonar el recibo, incluso nombrarlas peluqueras honoríficas, es a las mozas de las portadas de Interviú, pues llevan más españoles a estos establecimientos que las patillas largas. Vivir para ver. O en este caso, para echar un vistazo.

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