Diario de León
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Historias del reino margarita torres

Es lo que pide la Fiscalía norteamericana para los cinco acusados del atentado contra las Torres Gemelas, que conmocionó al mundo un 11 de septiembre. Desde entonces, nada fue igual en Occidente. Habíamos perdido el enemigo tradicional, el de toda la vida, el que portaba cuernos y rabo en la mitología franquista, y que habitaba allende el muro de la vergüenza construido en Berlín sobre la división de los hermanos.

Sin norte al que orientar la brújula del miedo, jugamos a ser los árbitros de un mundo dividido entre pobres y ricos, entre ex colonos y ex colonizadores, entre miseria y vida. Un orbe de actuación que otros nos dejaron, no elegimos, y que no hemos sabido modelar por culpa de una sociedad como la nuestra, acomodada sobre el confort. Mas el ahormamiento de costumbres se torna rigidez cuando los logros se vuelven derecho consuetudinario, cuando el mérito se premia con el castigo, cuando la protesta se silencia con el temor a perder un trabajo, cuando a aquel que brilla se le apaga la luz de la ilusión a botellazos de mediocridad destilada con envidia. No sabemos exigir porque no estamos dispuestos al sacrificio de dar. No tenemos fuerza para levantar la mano ante la injusticia porque no deseamos mostrar nuestro pecho a las balas del poder.

Y llegó el cambio de adversario, y alzamos la vista desde el ombligo para mirar hacia Oriente. Un extremo cuyas élites hemos mimado a cambio de petrodólares, cuyos hijos han estudiado en nuestras universidades y creímos, desde nuestra soberbia candidez, que capturada la cúspide, la pirámide social nos pertenecía, sin advertir la miseria que subyace debajo del lujo en el que se regodean unos pocos. Un 11-S el mundo cambió, arribó el miedo. Occidente fue herido en su mismo corazón de poder. Descubrimos que éramos vulnerables, que el enemigo no hablaba nuestro mismo idioma, o mostraba idéntico color de piel aunque bajo otra bandera. No. Nos enfrentábamos al monstruo que ayudamos a crecer. Los bárbaros golpearon las puertas de la nueva Roma y, con ellos, se alzó una nueva amenaza de complejo discernimiento que algunos asientan sobre la religión y otros sobre el atraso socioeconómico. El terrorismo es el arma de los pobres en Oriente. En nuestro país, además, ha sido el arma de los cobardes que capturaron por los genitales la Democracia. Y un buen día el temor se esfumó en unas elecciones. La cordura repuso, sobre un pacto generoso entre PSOE y PP, el orden de las cosas. Luego, las piezas del dominó comenzaron a caer, la gente a manifestar en público lo que pensaba en privado, las minorías tornaron en eso: minorías, y el todo volvió a respirar aire puro, sin el calor del explosivo.

D os formas de tomar medidas contra un mismo problema, a diferentes escalas: el modelo norteamericano, duro, y el nuestro, más legalista pero certero. Europa acaba de condenar a Batasuna al agujero de chinches en el que nació. Proscritos, pierde fuelle la violencia, ganamos todos. En América, Obama mantiene un pulso complicado con el sistema. La ley de la horca proyecta la sombra de su soga sobre los acusados del 11-S. Dura lex, ¿sed lex?

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