NUBES Y CLAROS | MARÍA JESÚS MUÑIZ
Cinismo irresponsable
Pedrito pasó el verano en un hotel de esos que antes eran relax de solteros y parejas, y la crisis ha convertido en todo incluido de familias pegadas a la barra libre y avasalladoras de piscinas, tumbonas y paz de cuantos les rodean. Pedrito es hijo único de un especimen abominable que atufa con su pipa las terrazas y la piscina (dentro de la piscina), y que espanta a cuantos niños se acercan a su retoño en busca de juego, con un temor irracional a que quieran aprovecharse de sus pistolas de agua (que cada infante atesora a pares y a tríos, lo he visto). «Este niño no me gusta», «vete con tu padre»,... Ejemplar crianza en soledad de un pollo de ocho años condenado a la imbecilidad.
María se alimentó hasta los doce años de papilla, entre sollozos de su madre, y nunca probó ni la guinda de la tarta de cumpleaños de sus amigos, que a punto de empezar a esconder las copas y los pitillos debajo de la mesa seguían incluyendo en el menú de pandilla los potitos de la susodicha inmadura.
Sobre ninguno de los padres de estos dos ejemplares de gilipollez pesó nunca la amenaza de retirada de custodia. Ni la sobreprotección enfermiza ni la falta absoluta de autoridad se consideran motivos para arrebatar a un hijo (los dos casos expuestos son reales, lo juro) del amparo de la vida familiar y la protección de sus progenitores, con sus evidentes deficiencias.
Pero sí lo es la obesidad. ¿Alguien se ha planteado retirar a los padres la custodia de un anoréxico/a? Pero de un gordo sí. El caso del niño gallego no es el primero. El planteamiento es lamentable de base: cualquier beneficio que se conceda a un niño de ocho años a costa de arrancarle de su familia es descabellado e inexistente.
Puñetera y cínica sociedad que, sin haber superado otras formas de discriminación, demoniza a las personas por la forma de su piel.