Diario de León
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A esgaya | emilio gancedo

En la Grecia clásica, el político no cobraba dinero alguno de las arcas públicas. Era muy alto el honor y la responsabilidad de administrar la cosa comunitaria, y desempeñar el cargo con sabiduría y equidad, de acuerdo con lo que se esperaba de su dignidad y clase social, resultaba bastante y suficiente para los atenienses. Pero los años que alumbraron el nacimiento de la democracia quedan ahora muy lejos. La política actual se ha convertido en un sistema cerrado que funciona de acuerdo a normas morales propias y diferentes a las del resto de la sociedad. Una intrincada red de acuerdos, amistades y vasallajes, un complejo sistema de compromisos, pactos y servidumbres con quienes detentan el poder económico -”la banca, las grandes constructoras-” forman su día a día, un día a día en el que apenas se ve el socavón permanente, el patrimonio olvidado, las necesidades de quienes más sufren o la desertización del medio rural. Alcanzar el poder es su única prioridad: para ello necesitan apoyarse en el dinero. Y una vez que lo han alcanzado, entonces deben devolver, con intereses, la ayuda prestada.

Esa es la ciega y loca rueda de la política actual, donde la realidad importa sólo en la medida en la que sirve a unos intereses concretos, con la que se paga o se compra algo, contratos o voluntades. La mentalidad bancaria, mercantilista, se ha adueñado del cuerpo social entero. Estos «ejemplos» para la sociedad son ya insoportablemente nocivos. Porque todo en ellos resulta falso, impostado, vacuo. Cómo hablan, cómo se insultan, cómo pasan de un tema a otro sin profundizar en ninguno. Profesionales del humo. Y encima llenándose los bolsillos sólo con sentarse a una comisión o estampar una firma. Incompetentes. En alguna otra columna decía yo que había que irlos tirando al pilón uno a uno. Pues bien, para eso están las elecciones. Pero, ¿qué alternativas dignas, justas, regeneradoras, diferentes, humanas, razonables, nos quedan?

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