Diario de León
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El baile del ahorcado cristina fanjul

A yer se inauguró, entre aplausos y abucheos, el monumento a Durruti. Ayer, también, se publicaba en el periódico la carta del nieto de Fernando González Regueral, gobernador civil asesinado -”presuntamente-” por el anarquista, lamentando esta broma. Y es que si no fuera porque un asesinato es siempre una tragedia -”a pesar de los años transcurridos y de las tristes circunstancias en las que ocurrió-”, el tributo pagado a Buenaventura sería una bufonada. Pero resulta que entre las hazañas que se atribuyen al héroe leonés está la de acelerar el encuentro de un hombre con la frialdad del légamo. Memoria histórica lo llaman. Y resulta que parece que aquí la memoria es algo hemipléjica y los héroes y los villanos lo son tan sólo dependiendo del brazo que levantaron. ¡Qué simpleza! Es tan absurdo y elemental... ¿Dónde está la conciencia crítica de la que siempre presume la izquierda? No se ve... o tal vez es que simplemente no existe, tal vez no es más que un gran castillo de naipes sin rigor intelectual, que se desmorona con un simple susurro. ¡Qué grandilocuencia y cuánta frivolidad! Aún hay gente que piensa que el dolor encoge dependiendo de quién se lo eche a la espalda, que presume de ideologías para las que la muerte de un millón de personas es una simple estadística. Y, sin embargo, la víctima y el verdugo sienten igual los días azules y el sol de la infancia y, por lo tanto, un millón de muertes son, como poco, un millón de tragedias. Contaba mi abuelo, encarcelado primero en el campo de concentración de San Marcos y después en el Arco de la Cárcel, una historia que sí debería celebrarse. Dos mujeres se encuentran en la plaza de Torres de Omaña. «Esta calle será siempre un lugar de desdicha; qué malos recuerdos nos trae a las dos». Una de ellas era la madre del anarquista; la otra, la viuda de Regueral. Ya ven, que ejemplo más bello de memoria histórica.

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