Caciquismo y televisión
Aquí y ahora | rafael torres
A los gerifaltes de RTVE les ha molestado que José Bono diga que le avergüenza el Canal Internacional de la emisora pública, pero no parece preocuparles que dicho Canal sea, en efecto, vergonzoso. Los españoles que deambulan o viven por esos mundos deben sentir, contemplándolas, esa vergüenza, pero podrían consolarse pensando que si estuvieran aquí sería mayor, pues los canales públicos del interior son más espantosos, si cabe, que el Internacional de TVE. Dejando a un lado, por merecer escrutinio detenido y aparte, los casos de Telemadrid y Canal 9, cuyo objetivo no parece ser otro que la lucha a muerte contra la belleza, la inteligencia y la verdad, el panorama de las televisiones estatales, autonómicas y municipales es, en general, escalofriante.
Controladas por esas sectas que atienden al nombre de partidos políticos, pero financiadas con los impuestos de los trabajadores, que son los únicos que pagan impuestos en éste país, se dedican, aparte de poner películas de serie Z, a la propaganda y a la apología permanente de los que no hacen sino caciquear, cuando no, como en tantos casos, robar a manos llenas. Son emisiones de caras, de jetas más bien, o sea, la cara del presidente regional, la del presidente de la Diputación, la del alcalde, la del teniente de alcalde, esas caras en exposición hagiográfica permanente, desalojando de las ondas cualquier alusión a la vida, a la sociedad que se ha dado en llamar civil y, desde luego, a la realidad. Esos caciques no son, como todo el mundo, ellos y sus circunstancias, sino ellos y sus televisiones, y sus espectadores forzosos, todos cuantos ante la pantalla zapean vertiginosamente en busca de algo que no existe, desearían estar lejos, fuera de su cobertura, aunque tuvieran que toparse, de vez en cuando, con el Canal Internacional.