Diario de León
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Nubes y claros | maría j. muñiz

Los estados emocionales y la fortuna son como la economía, cíclicos, en parte predecibles y en mucha más parte incontrolables. Ahora una tiene estrella, aparece en estado de gracia, dotada de empatía y simpatía, afortunada, acertada; y dos días más allá llega la etapa del estrellado, desafortunada, torpe o incomprendida. La etapa de «las desgracias (desgracillas, para ser exactos) nunca llegan solas».

En una de esas últimas etapas andaba yo estos días, temporadas en las que los hados (y los diablillos) se ponen en contra, los asuntos triviales se retuercen, los chascarrillos se enquistan y los humores ajenos se nos estampan en el ánimo y la voluntad. Temporadas en las que sólo la madurez y la experiencia nos empujan a levantar la barbilla, a dejar que cada palo aguante su vela y a saber que, más pronto que tarde, las lanzas se tornarán cañas. Todo pasa y todo queda-¦. Hay que tragar sapos, pero pasar, pasa.

En una de esas andaba yo cuando al despedirme de mamá el otro día me miró a los ojos y me dijo: «Dame un beso» ¿Me quieres?, le pregunté. «Te quiero mucho».

Sólo quien ha perdido la esperanza de volver a oír algo así de una madre, quien sabe que aquello que se dijo tantas veces hoy es imposible de repetir, quien está perdido en la niebla que invade la mente de la que está, pero no está, o no sabes hasta dónde está; sólo quien vive o ha vivido algo así puede entender el regalo que es que la mirada ya siempre perdida se fije en tus ojos, que el discurso incoherente se estructure en un segundo de lucidez, que se te conceda el don de volver a tenerla, aunque sea por un segundo.

La vida sigue entre los asuntos cotidianos, las cuitas, las intenciones de quienes pretenden darle a otros la patada y quieren hacerlo en mi trasero. Pueden actuar como les parezca, allá cada uno con su conciencia. Ella me pidió un beso. Ya nada puede hacerme daño.

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