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León

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La veleta | carlos carnicero

Toda vía no se ha apagado los ecos de la gestión controvertida del secuestro del Alakrana cuando el Gobierno sigue evidenciando una metodología de la improvisación y el papel salvador, en última instancia, del presidente de Gobierno; salvador, claro, de sí mismo. El asunto tiene unas raíces tan antiguas que radican en la propia personalidad del presidente: no cree en los equipos de trabajo ni es partidario de compartir reflexiones y conciertos para tomar acuerdos. Su dinámica, en palabras de colaboradores antiguos y actuales es «radial»: irradia instrucciones para que sean ejecutadas por sus ministros que como decía Carlos Solchaga son tratados como secretarios. Sólo el líder tiene razón y quien le lleva la contraria le ofende.

El resultado es una progresiva evidencia de improvisación y de falta de madurez de los proyectos que se lanzan a los medios como métodos de propaganda y de buenas intenciones que tienen que seer matizados y corregidos por la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en calidad de permanente apagafuegos, y del propio presidente, que corrige y desautoriza a sus ministros como si él desconociera sus propias instrucciones.

En los últimos días han proliferado estos signos de improvisación, desorden y falta de proyectos. La parte de la Ley de Economía Sostenible que trata de la regulación de Internet ha dejado a los pies de los caballos a la ministra de Cultura, mientras que el presidente, como siempre, trataba de quedar bien con los internautas y con los creadores que le apoyaron incondicionalmente en sus campañas electorales; una vela a dios y otra vela al diablo, en una técnica de buenismo que agota.

El crucifijo en las escuelas es un asunto para abordar cuando se tenga la fuerza mínima y la convicción suficiente; de nuevo si pero no, porque para este presidente resistir una revuelta de la opinión pública es realmente insoportable.

Hay personalidades que tardan mucho tiempo en descubrir que la vida es un tránsito en el que no te puede querer todo el mundo; asimilar que haya gente que te deteste, gente que no te aprecie y gente para la que seas indiferente es una asignatura que puede durar toda la vida e incluso no conseguirse nunca. Zapatero adora que le quieran porque no resiste que le lleven la contraria porque piensa que disentir es menospreciar su autoridad; en último extremo rectifica a un ministro para evitar asumir que la decisión había sido suya. Es un camino hacia el abismo.

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