Jordi Solé Tura, in memoriam
Tribuna | Esther Seijas Villadangos
Profesora Titular de Derecho Constitucional. Universidad de León
La noticia del fallecimiento de unos de los padres de la Constitución, el profesor, constitucionalista y político, Jordi Solé Tura, no por esperada deja de ser menos sentida. Paradojas del destino, el que se haya producido en vísperas del trigésimo primer aniversario de la Constitución hace que su obituario sea más solemne.
Tratando de hacer memoria, algo que el alzheimer negó al profesor Solé Tura hace unos años, de los siete miembros de la Ponencia Constitucional, el ahora acaecido supone el segundo fallecimiento, dado que en julio de 2007 murió Gabriel Cisneros Laborda. En aras de un optimismo, al que Jordi Solé nunca renunció ( Una historia optimista. Memorias, Madrid, Aguilar, 1999), hemos de pensar que la orfandad de quien tiene siete padres siempre ha de ser menos temida, al menos más dilatada en el tiempo.
Los designados para tan encomiable tarea por unas Cortes formalmente no constituyentes, pero materialmente obligadas a dotar a la España democrática, inaugurada por la Ley para la Reforma Política, de un marco constitucional fueron por parte de la UCD Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Gabriel Cisneros y José Pedro Pérez LLorca; Gregorio Peces Barba por el PSOE; Miquel Roca Junyent por Minoría Catalana; Manuel Fraga Iribarne por Alianza Popular y Jordi Solé Tura por el PCE. Reunidos en el Parador de Gredos, osaron vulnerar el principio de trabajar en sigilo, filtrando inteligentemente el borrador del texto constitucional a la revista Cuadernos para el Diálogo y al rotativo El País. En ese momento era muy conveniente romper el hermetismo monacal con el que en principio se había concebido su trabajo, para proceder a lanzar un bumerang a la ciudadanía, tomarles el pulso y contrastar que el rumbo fijado era el correcto, y así se hizo.
El trabajo conjunto de esa Ponencia culminó en el anteproyecto que se entregaría al presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas del Congreso de los Diputados, Emilio Attard, el 23 de diciembre de 1977. Ese texto recibe más de tres mil enmiendas, no en vano se hablaba que los miembros de la Comisión estaban «locos de Attard». Tras el Dictamen de la Comisión sobre el ya proyecto de Constitución, la discusión se traslada al pleno y de ahí al Senado. Dada la discordancia entre los textos aprobados por la Cámara Baja y la Alta, procedió la reunión de una Comisión Mixta Congreso-Senado cuyo dictamen será aprobado el 31 de octubre de 1978 en sesiones separadas por las respectivas Cámaras. El proyecto de Constitución aprobado por las Cortes fue sometido a referéndum el 6 de diciembre de 197 8 por el 88% de los votos emitidos.
Algo así es digno de celebrar. Una vez sancionada por el Rey, se publica en el Boletín Oficial del Estado, el 29 de diciembre, mismo día en el que entra en vigor. La semblanza del profesor Solé impregnó el texto constitucional y el método de su gestación. Quien antes de ser universitario fue panadero; quien tuvo una carrera universitario llena de obstáculos, algo que no le impidió hasta ser un laureado poeta; quien se vio obligado a exiliarse; quien «viviera» en la Modelo; quien tuviera que traducir textos esenciales en el pensamiento político para poder sobrevivir (fue el mentor de la obra de Gramsci en España); quien llegó a la Cátedra de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona, siendo maestro de una brillante escuela de constitucionalistas como Isidre Molas, Marc Carrillo o Enoch Albertí, ese alguien es quien nos ha dejado, el profesor Solé Tura.
Hace poco más de un mes tuve el honor de acudir al Centro de Estudios Políticos y Constitucionales a la presentación de un ingente trabajo ( Estudios sobre la Constitución Española. Homenaje al profesor Jordi Solé Tura, Madrid, Cortes Generales, 2009), en el que participé («El federalismo y nuestro futuro» Vol II, pp. 1815-1830) glosando un artículo publicado por el profesor Solé del mismo título en el año 1999. En los tiempos que corren, donde muchos tratan de enredar y confundir apelando a la dignidad catalana y a una serie de implementaciones taumatúrgicas de la misma, llama la atención que el 70% de quienes participamos en ese homenaje no éramos ni catalanes ni nacionalistas, sólo constitucionalistas. Y es que conviene recordar que la Constitución es un patrimonio de todos, que nadie debería mercadear con su texto, ni con su espíritu porque eso hace peligrar la estabilidad y fortaleza que la Constitución ha prodigado. La Carta Magna se concibió de un modo abierto para propiciar el consenso que hizo posible su redacción. Los Estatutos de Autonomía, incluso el catalán, son una prolongación de la misma y cuando el hijo reta al padre, hay que rectificar y esa misión es competencia «únicamente» del Tribunal Constitucional.
Muchos estamos de acuerdo en que hay que hacer reformas, el paso del tiempo es inexorable y la quietud de los textos es incoherente con el devenir del tiempo. El Informe del Consejo de Estado de 2006 así lo avala, muchos especialistas en la materia lo confirman y el sentido común lo reivindica. Empero, es necesario tener voluntad y ahora mismo nuestros legítimos representantes políticos tienen otras cuitas que les impiden afrontar esta tarea.
En una espera que tiene que ser paciente si queremos que tenga el mismo éxito que el texto a reformar, añoraremos el sabio consejo del profesor Solé, pero nos reconfortaremos con la sugerente, optimista y reflexiva lectura de una ingente obra. Descanse en paz, profesor Solé.