Sáhara: aciertos y errores
La veleta | josé cavero
S i todos los procesos de descolonización son complejos porque intervienen en ellos factores subjetivos y sentimentales, el del Sahara Occidental plantea la dificultad añadida de involucrar a un régimen no democrático, el marroquí, que por añadidura rivaliza en este asunto con la otra gran potencia regional, Argelia. En todo el inquietante episodio protagonizado por la activista Aminatu Haidar ha habido un dato especialmente perturbador, que no se ha destacado suficient emente : todo, en la actitud marroquí a lo largo del proceso, ha sido arbitrario. Los sucesivos elementos del incidente, la decisión enrabietada de expulsar a Haidar del Sahara, la inicial negativa de Rabat a reconsiderar la medida, las negociaciones de emisarios regios en Washington y en París, la aceptación del retorno, no han tenido nada que ver ni con el principio de legalidad ni con el inexistente Estado de Derecho marroquí: simplemente, han dependido de la evolución de la voluntad del autócrata, del progresivo cambio de humor del Rey de Marruecos que se deja acompañar por un aparato institucional que da lugar a un modelo monárquico dualista no muy diferente del absolutismo que aquí popularizó Fernando VII antes y después del Trienio Liberal. La descolonización se planteó en un momento crítico de la historia española y el Frente Polisario no estuvo especialmente atinado en los planteamientos iniciales de Mustafá Sayyid en los años setenta: el enemigo no era España, obviamente (ni mucho menos los pescadores españoles que sufrieron tan duramente la hostilidad del Polisario), sino las ansias expansionistas de un Marruecos que no podía admitir que Argelia tuviera acceso franco al Océano Atlántico y capacidad por tanto de envolver por completo a su vecino occidental. Marruecos, un país de gran importancia estratégica por motivos bien conocidos y valioso aliado de Occidente a las puertas de África y del mundo islámico, ha conseguido desactivar las pretensiones saharauis de un referéndum de autodeterminación que, a estas alturas, pasado tanto tiempo, ya no tendría sentido. La política de hechos consumados de Rabat y la ineficacia de la ONU han conseguido que la tesis dominante en la comunidad internacional sea la de acabar reconociendo a Marruecos la soberanía sobre el Sahara. El incidente de Aminatu Haidar ha sido claramente un revulsivo que agita el problema. El Sahara y el Polisario han adquirido de nuevo visibilidad y han recibido una corriente de simpatía; Marruecos ha mostrado en cambio su rostro más autoritario; la UE, con su amago de resolución en el Parlamento Europeo, ha mostrado insólita unidad (Francia y España han ido de la mano) En definitiva, Marruecos ha frustrado su deseo de que el asunto se pudra. El problema del Sahara habrá de ser orientado hacia una solución realista, y España, por razones obvias, es la primera interesada en que el desenlace de este contencioso ofrezca una salida aceptable a los saharauis exiliados de Tinduf, no debilite a Marruecos, no sea interiorizado por Argelia como una derrota y contribuya, en fin, a encajar el delicado rompecabezas de una región de la que depende la estabilidad del Mediterráneo. Las partes implicadas deberían aprovechar la irrupción de Haidar en la escena del contencioso para replantearse la necesidad de enfrentar y resolver un diferendo tras el cual está el dramático exilio de una población trasterrada desde hace más de treinta años. Éste debería ser el fruto positivo del sacrificio de Aminatu.