Diario de León
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Aquí y ahora | josé ignacio wert

En lo que quiero fijarme no es en los contenidos de Copenhague, sino en el entorno en que la ecología se ha convertido en una nueva religión, y no precisamente menos intolerante y fanática que otras de las que, con razón, abominamos. La mayor parte de la gente sensata conviene que hay que preocuparse del impacto negativo que sobre el medio ambiente pueden tener las actividades humanas y especialmente la emisión de CO 2 . La mayor parte de la gente espera que los métodos científicos cuantifiquen ese impacto y, en su caso, propongan los remedios. Pero ahora hemos sabido que parte de los hallazgos científicos más alarmistas están tamizados por un -˜photoshop-™ que ha eliminado todo aquello que los contradice, que ha manipulado lo que no avalaba la tesis del desastre inminente, y que algunos se han esmerado en borrar las huellas de ese maquillaje. Y los nuevos creyentes, los true believers del credo geocéntrico, no sólo avalan como dogma de fe aquéllo que se ha puesto en cuestión, sino que descalifican sumariamente como negacionista a todo el que ose alzar la mano. Hay quien piensa que las religiones son tan necesarias al hombre que si se las echa por la puerta se cuelan por la ventana. Pero ésta no es una cuestión que haya que tratar con ese dogmatismo. En este tema no hay sólo creencias, sino muchos intereses y mucha capacidad de movilizar al servicio de ellos. Y muchas decisiones que van a condicionar no sólo el medio ambiente, sino el crecimiento y el desarrollo de la Humanidad, pueden tomarse basadas en premisas dogmáticas sin una base científica robusta. Hay que actuar, sí. Pero desde el conocimiento y el raciocinio, no desde el prejuicio. Está bien pensar en la Tierra, pero, francamente, para volver al culto de la Pachamama conmigo que no cuenten.

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