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León

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Historias del reino margarita torres

H ace poco más de un año, en mayo del 2008, falleció Irene Sendler, o Sendlerowa, el ángel del Gueto de Varsovia . Tenía casi un siglo, sobrevivía en un asilo cristiano para ancianos en su Polonia natal. Desapareció con la discreción que la había caracterizado, sin hacer ruido, igual que durante la Segunda Guerra Mundial, cuando esta enfermera salvó a más de 2.500 niños polacos cuyo único delito era rezar a un Dios diferente al del Tercer Reich. Una mujer a la que sus padres la inculcaron la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o nacionalidad, estas palabras exactas resumen su pensamiento generoso.

En 1940, 400.000 seres humanos fueron encerrados en el Gueto de Varsovia en la esperanza de una muerte por enfermedad o inanición, desidia o desinterés de sus compatriotas, vergüenza de Europa. Irena y sus colegas buscaron el modo de engañar al diablo. Falsificaron documentos, atendieron a los desamparados, arriesgaron su presente para que ellos lo tuvieran. Dos años más tarde, en 1942, comenzaron a deportar a los supervivientes a los campos de concentración. Y fue entonces cuando Irena decidió desafiar a la más poderosa máquina del terror de su tiempo para salvar a los niños, porque ellos habrían de convertirse en la semilla de un nuevo pueblo. Para ello se unió a una organización, Zegota, desde la que coordinó su plan. Cada día en el gueto hablaba entre susurros de miedo con las madres de los pequeños. Les prometía jugarse su vida en una apuesta arriesgada: si los detenían, ambos morirían, mas, si se quedaban junto a sus seres queridos, acabarían siendo ejecutados, de una u otra manera. Las familias se aferraban a sus niños, a veces Irena no conseguía apartarlos y, cuando regresaba otro día, en el lugar donde habitaban quedaba el llanto del vacío inmisericorde. Uno a uno, hasta superar los 2.500, fueron escondidos en ambulancias, guardados en las cloacas, encerrados en bolsas, maletas, cajas de herramientas. Si les descubrían, explicaban a los alemanes que los pequeños habían muerto por la epidemia. Un contagio que alejaba a los predadores de sus víctimas. Ya afuera, anotaba sus nombres, para que un día pudieran recuperar su verdadera identidad. Los escribía en papel de cigarrilos, aguardando al final de una guerra que arrasó con el pasado de casi todos en Treblinka. A finales de septiembre de 1943 la Gestapo dio con ella. Quemaron su casa, la torturan quebrando sus piernas y pies, quedó para siempre lisiada, pero no le arrancaron ni un solo nombre, a nadie traicionó. Condenada a muerte, salvó la vida gracias a sus camaradas de Zegota.

Durante los años de comunismo en Polonia se acalló su labor. Una mujer así jamás podría ser considerara una heroína mas, cruzado ese otro sombrío umbral, recibió las más altas condecoraciones de su patria y fue candidata al Nobel de la Paz. Pero, incluso en el elogio, supo pasar desapercibida aquella a quien unos pocos niños llamaban su segunda madre, una mujer que supo darlo todo sin esperar nada a cambio, porque así se lo enseñaron de pequeña en su hogar. Ojalá en los nuestros sepamos inculcar a nuestros hijos los mismos valores. Felices fiestas.

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