Diario de León
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El rincón | manuel alcántara

Hay un momento, desgraciadamente duradero, en el que se duda mucho acerca de los acontecimientos que rigen cualquier existencia, incluso en Nochebuena. Cuando prolifera, entre otras horticulturas verbales, la palabra tan legítima como abusiva, de «entrañable» estamos perdidos: todo va a seguir siendo igual, pero la única diferencia es que está edulcorado. No hay por qué amargarse la vida, así que debemos prepararnos para seguir viviendo, cosa que a ciertas alturas puede ser una lata. La Navidad cristiana sólo se nota en las bombillas y en Cáritas. 800.000 familias han tenido que ser socorridas este año. Quien a buen árbol de Navidad se arrima, buena sombra, aunque insuficiente, le cobija. A veces sólo es un ladrillazo de compacto turrón y no puede decir que de menos da una piedra, ya que da exactamente lo mismo.

Lo que quizá no debiera pasar inadvertido en estos días solidarios donde casi todo el mundo expresa sus buenos deseos, es el aumento de la delincuencia. No me refiero a la que prodigan los altos cargos, y los otros medianos y más chicos, sino a los delincuentes propiamente dichos, que son de los que habla más la ciudadanía y no siempre con más motivo. En la tierra donde vivo, que es donde no podría vivir si no tuviera mar, los delitos han aumentado desproporcionadamente. Y digo desproporcionadamente porque no hay proporción entre las personas de mal vivir y las que están obligadas a vivir mal. Lo que más influye en la moral colectiva es la miseria, no le demos más vueltas de tuerca a la apologética. Esa sutilísima ciencia que expone las pruebas y fundamentos de la verdad de la religión católica está hecha en primerísima instancia para quienes no tienen hambre. No para quienes bendicen los alimentos, sino para quienes aspiran a comérselos.

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