El muro de Berlín
Tribuna | Joaquín Cuevas Aller
El pasado día 9 de noviembre todos los medios de comunicación españoles dedicaron reportajes al 20º aniversario de la destrucción del Muro de Berlín. La información se refería al significado político en general, pero en ningún caso al signific ado humano que considero de gran importancia. A este tema humano me voy a referir en esta Tribuna de Opinión con los conocimientos de mi propia experiencia personal.
Cuando te relacionas todos los días durante años con alemanes que te cuentan los problemas que tienen para poder visitar a sus familiares de la zona oriental, te das cuenta que algo no cuadra. Cuando te relacionas todos los días durante varios años con alemanes nacidos en la zona oriental, que se jugaron la vida para poder huir y vivir en la zona occidental, te das cuenta que alguien no cuenta la verdad. Acostumbrado a ver y oír en España la propaganda comunista de que la vida en la Alemania Democrática (DDR) era un paraíso, te das cuenta que alguien miente. Varios años conviviendo con alemanes nacidos en ambas zonas alemanas son tiempo suficiente para conocer algo del tema. Sin embargo, siempre quedan dudas de que lo que te cuentan no es toda la verdad, o que exageran un poquito. Así que, para salir de dudas, quise comprobar por mí mismo la veracidad de las palabras de mis compañeros alemanes y esto es algo de lo que vi:
Sabía que para poder ver lo que quería, tenía que ir por mi cuenta. Querer visitar los países del Este de Europa en viajes organizados era perder el tiempo. Sólo puedes ver lo que quieren que veas, nunca lo que deseas ver. Así que cogí mi coche y entré varias veces en la DDR para visitar Berlín Occidental y también otros países del Este. Entré por la vía Hamburgo-”Berlín y otras veces por Hannover-”Berlín. Lo primero que compruebas es el gran papeleo a la entrada en la DDR en comparación con cualquier frontera de los países de Europa Occidental. Te das cuenta que en la zona occidental no había policía ni aduana, el paso era libre. Te das cuenta que la zona Oriental, había un enjambre de policías. Te pasas rellenando papeles y haciendo colas, entre una hora y hora y media. Por fin entras en la DDR. Lo primero que ves es la calidad de las autopistas. Están tal como las construyó el III Reich de Adolf Hitler, con grandes bloques de cemento. ¡Qué diferencia con las autopistas de la Alemania Federal! Las autopistas están llenas de propaganda con la palabra socialismo, nunca comunismo a pesar de ser un país comunista. Notas gran diferencia en los campos. En la Oriental, el campo es ruinoso por la gran cantidad de calvas por todas partes, a diferencia del Occidental, que parecía un jardín. Pocos coches y muy pequeños. Los pueblos que atraviesas parecen fantasmas, casi no ves un alma. La diferencia con la Alemania Federal es enorme en todos los aspectos.
La visita a Berlín Occidental merece un apartado especial. La primera vez que visité la ciudad tuve esta experiencia. Cuando falta más o menos un kilómetro para la frontera, la autopista se convierte en una vía con un solo carril lleno de curvas hechas expresamente. En cada curva, una torreta no muy alta con una cabina en su parte alta y, dentro un policía bien visible armado con una metralleta, que no es que te infunda respeto, te da miedo, tanto que conduces a paso de tortuga por si acaso. Llegas al primer puesto fronterizo donde te piden el pasaporte y la carta verde del coche. Después de un buen rato de observación, te invitan a seguir. Pides el pasaporte, creyendo que ya has terminado los trámites de salida. Te dicen que sigas, llegas al segundo puesto. Te reciben dos policías que vienen con una mesa de grandes proporciones. Te piden que abras el maletero del coche, lo vacían, abren todas las maletas y bolsos y vuelcan todo en la mesa. Luego van metiendo las cosas, una a una sin orden, en las maletas y bolsos. Cuando han terminado con el maletero, te piden que abras el capó del motor. Uno no sabe que es lo que buscan en el motor. Luego traen una plataforma con espejos y luz eléctrica para examinar los bajos del coche. Cuando crees que han terminado, me piden que saque los asientos traseros del coche. Asombrado, les digo que no tengo ni idea de cómo se pueden sacar, ni siquiera sé si se pueden sacar. Me animo y les pregunto qué buscan, si les puedo ayudar en algo. Me contestan secamente «cumplo órdenes». Terminan, respiro, han pasado más de dos horas en la frontera. Me devuelven el pasaporte y me dicen que puedo seguir viaje. Sigo mi camino muy despacio lleno de miedo por si algún policía de las torretas se pone nervioso y me acribilla a balazos. Lo pasé muy mal. No veo la aduana de Berlín Occidental, no existe, la entrada es libre
Entro en Berlín Occidental !qué maravilla de ciudad! Las calles importantes son auténticas autopistas de nueva creación. Me acerco a la Puerta de Brandenburgo, me subo a una plataforma donde está el Muro y se divisa una buena parte del Berlín Oriental. ¡Qué diferencia! Berlín Oriental parece anclada en los años 40 con edificios viejos y feos. Berlín Occidental es una de las ciudades más modernas del mundo. Por las calles de la zona oriental se puede ver muy poca gente. Repetí varias veces mis entradas en Berlín Occidental. Creía que lo vivido en mi primera visita había sido una excepción. Pues no, igual o parecido, (a otros visitantes les pasaba lo mismo).
Decir que en Europa del Este había democracia y un régimen de libertad, es un sarcasmo. Decir que se respetaban los derechos humanos es una hipocresía el Muro no se construyó para evitar entradas de los occidentales en la zona Oriental. Se hizo para evitar la huída de los orientales a la zona occidental
Hice algunas visitas particulares que demostrarían plenamente mis palabras, pero me limitaré a contar dos anécdotas para destacar la vida en esos países y lo que conocemos de ello los españoles con dos cortas anécdotas. La primera en Polonia. Ante un problema de un amigo polaco con su propia policía, resuelto satisfactoriamente, me dijo en un tosco alemán: en Polonia, muchos amigos, no problemas: en Polonia, no amigos, muchos problemas. ¿Le suena, querido lector? Otro en la frontera checa con Polonia, dirección Poznan-”Praga. Un policía checo, al ver mi coche con matrícula española, me dijo: llevo varios años en esta frontera y es el primer vehículo español que pasa por aquí (no vi nunca en mis viajes por el este de Europa un coche español).