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Fronterizos | miguel Á. varela

La cola para recibir alguno de los lotes de productos básicos que el Banco de Alimentos repartió el pasado miércoles daba la vuelta a la manzana en la que está situada la sede ponferradina de esta ONG. A los grupos desfavorecidos con los que los voluntarios dirigidos por Damián Tascón trabajan habitualmente se les han sumado en los últimos meses nuevos perfiles: inmigrantes en paro, mujeres jóvenes con hijos a su cargo o sencillamente ciudadanos a los que el sistema ha dado por perdidos. Muchos ponferradinos ignoran la actividad que se genera en los contenedores próximos a los supermercados, donde familias enteras encuentran en lo que se desecha su alimento, al estilo de lo que contó Agnès Varda hace años en aquel documental titulado «Los espigadores y la espigadora», retrato de los modernos espigadores urbanos que ya no rebus­can los granos sueltos de las cosechas sino los yogures a punto de caducar o los restos de verduras de los mercados. Conozco personas que ocupan buena parte de su tiempo libre en cocinar en el Hogar del Transeúnte para personas sin techo que encuentran cobijo al menos por unas horas. El día de Navidad escuché en una emisora de radio una entrevista con un madrileño anónimo que dedica sus fines de semana a ofrecer a los marginados de la capital una taza de caldo o de chocolate caliente. Cáritas ha dado la alarma ante el incremento de peticiones de ayuda que están llegando a sus instalaciones, incapaz de hacer frente a las crecientes necesidades de una parte importante de la sociedad que carece de lo básico. Si en los mejores momentos de la economía española no se consiguió reducir el fatídico 20% de población sumida en la pobreza, la situación actual no habrá hecho más que elevar ese porcentaje. Son algunos detalles que conviene recordar, especialmente en fechas tan dadas a la sensiblería publicitaria como son éstas.