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León

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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Si quieres promover la paz,  protege la creación». Ese es el tema del mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz, celebrada el día primero del año 2010. En él se dice que «el respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios, y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad».

Los hechos son bien conocidos por todos: «el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales». Hay un falso concepto del desarrollo, basado en la búsqueda de ganancias económicas inmediatas, que pone en peligro el futuro de la tierra y de sus habitantes.

Es evidente «el descuido y el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado». Pero ésta última afirmación es la clave del problema. Si no se ve el mundo como un reflejo del amor creador de Dios, sino sólo «como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad».

Hace veinte años, el Papa Juan Pablo II subrayaba las raíces éticas de la crisis ecológica y la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad. Ahora Benedicto XVI afirma que «la crisis ecológica muestra la urgencia de una solidaridad que se proyecte en el espacio y el tiempo». O dicho de otra manera: «Además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional». Hay que tener en cuenta a los seres humanos que hoy viven en la tierra, pero también a los que llegarán a ella con los mismos derechos que tienen los actuales habitantes del planeta.

El Papa conoce las acusaciones que se han hecho a la cultura judeocristiana. Se dice que, basándose en el mandato de Dios, los creyentes se han dedicado a «dominar la tierra». Pero el mal no viene del mandato bíblico, sino de su distorsión a causa del egoísmo humano: «El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto. Pero el verdadero sentido del mandato original de Dios, perfectamente claro en el Libro del Génesis, no consistía en una simple concesión de autoridad, sino más bien en una llamada a la responsabilidad».

En este momento, las guerras destrozan el medio ambiente. Por otra parte, la búsqueda de recursos naturales genera nuevas guerras. El sueño de la paz exige, por tanto, redescubrir la solidaridad entre los humanos y arbitrar políticas generosas y responsables.