Diario de León
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A la última | rafael torres

En los últimos años se venía diciendo que ya no había inviernos como los de antes. En efecto, los de ahora son mucho peores. Los inviernos de antes eran, en gran parte de España, fríos y desapacibles, pero no eran árticos ni siberianos, sino españoles. Tampoco en el resto de Europa tenían inviernos de otros sitios, por muy crudos que los autóctonos fueran. Esta desorganización de los meteoros atmosféricos que abole las tradicionales divisiones del clima (continental, mediterráneo, polar...) podría no ser un aspecto más de la globalización, sino la consecuencia de ella en cuanto ésta tiene de colosal sevicia al planeta en que vivimos y a sus temperaturas. En Copenhague, en la reciente Cumbre del Clima, no sólo se maltrató a los manifestantes, sino también, y particularmente, a la esperanza de poner remedio a las devastaciones que vienen de nuestra mano.

En Inglaterra, Alemania, Francia o Suiza siempre padecieron inviernos severos, por lo que esos países, bien desarrollados por cierto, tienen perfectamente adecuadas sus infraestructuras, sus casas, su vida, todo, a ellos, de suerte que el colapso que actualmente sufren en sus transportes y en sus abastecimientos no puede achacarse a imprevisión, sino a que están soportando un invierno que sólo en Groenlandia o en la Antártida podría parecer normal. De nosotros, de España, ¿qué decir? Pues, curiosamente, que pese a no tener adecuado casi nada para afrontar un mes de meteorología desatada (nieve, hielo, tempestades, huracanes, diluvios...), y pese a los naturales perjuicios, estamos llevando ésta invasión glacial con espíritu, aunque helado, bastante deportivo. Por una vez, que ojalá sirva de precedente, nuestra reacción colectiva ante los nevazos y los hielos se adscribe a lo racional: se evitan los viajes, se activan las alarmas, se movilizan los servicios de emergencias, se esparce la sal que alguien tuvo la previsión de tener almacenada, se suspenden las clases y, lo más asombroso de todo, nadie echa la culpa al gobierno, ni Rajoy, centrado en sus perogrulladas económicas, siquiera. Sin embargo, alguna responsabilidad cabría atribuirle, pues estuvo, aunque como ausente como todos los gobiernos, en Copenhague, en la Cumbre de la Ceguera.

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