Justicia que libera y salva
Cada día su afán José-Román Flecha Andrés
Según Ulpiano, la justicia es «dar a cada uno lo suyo». Sabemos que «lo suyo» es lo que corresponde como derecho a la persona. «Lo suyo» es la vida y la dignidad, el alimento y el agua. La libertad de pensamiento y de movimiento.
En su mensaje cuaresmal de este año 2010, el Papa afirma que la persona, «para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle». En un mundo secularizado es oportuna la cita de san Agustín: si «la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios».
Ante los lavatorios rituales judíos, Jesús promueve la limpieza interior y denuncia la tentación actual de poner el origen del mal en una causa exterior. No basta cambiar las estructuras para alcanzar la justicia. «La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal».
Son los impulsos interiores los que nos alejan del prójimo. En lugar de compartir nuestro ser y tener, nos replegamos y nos enfrentamos a los demás. La lógica de la confianza en el Amor ha sido sustituida por la lógica de la sospecha y la competición. La lógica del recibir y del esperar confiadamente los dones del Otro ha sido sustituida por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por cuenta propia. Eso nos enseña el relato bíblico del primer pecado. El resultado es nuestra inquietud e incertidumbre.
Con todo, Dios nos invita a vivir en esa justicia que nos hace justos por la aceptación de su voluntad y que lleva a atender al pobre, al forastero, al huérfano y a la viuda. Si escuchamos el lamento del marginado, es porque Dios se ha adelantado a escuchar nuestro clamor. Por eso, para entrar en la justicia hay que abandonar la autosuficiencia y la cerrazón que originan nuestra injusticia.
Jesús, el justo muerto por los culpables, nos revela la justicia divina, tan distinta de la humana. En un momento en el que se retira la cruz de la escena pública, el Papa recuerda que «frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad».
Si el amor nos hace justos, habremos de luchar para crear «sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor».
He ahí la exhortación papal para la Cuaresma, este tiempo de conversión que nos prepara a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación.