Gente de aquí | Los códigos del pueblo calé
Un «pedimiento» de mano aceituna
José Carlos Vargas, con 19 años, y Cristina Romero, a sus 15 primaveras, cumplen con el rito gitano previo a su boda
Salen tres palmas al encuentro de un garabato de voz. Sinfonía de trajes blancos y negros, chalecos de colores fuertes y sombreros borsalinos. Se adiquera (se habla, en caló), se saluda a los primos y se muestra respeto a los tíos, mientras un grupete de chavorrillos hace fiesta por su cuenta entre las mesas del bar La Isla, frente al tanatorio, junto al río. Hay fiesta de los Vargas. Un pedimiento : el rito ancestral gitano por el que José Carlos Vargas, con 19 años, y Cristina Romero, a sus 15 primaveras, ya son novios a ojos de su pueblo. «Se pueden empezar a tocar», resume entre risas Adolfo, el padre del mozo, quien avanza que «para el verano, con el calor, se hará la boda». Son las nueve. Llega más familia. Salen cantes al encuentro.
La presentación en sociedad viene de dos pasos anteriores. En el apalabramiento -”primera parte del pedimiento -” Adolfo, como representante de su hijo, ha ido a casa del padre de la novia para pedir la mano. Hay acuerdo entre las familias, pero falta un requisito. Un grupo de mujeres por cada apellido escoltan a la ajuntaora , que es la encargada de certificar con la prueba del pañuelo que la moza es virgen. Todo conforme a ley gitana. «Es un orgullo. Es la manera de poder decir que esa mujer sólo la has tocado tú, nadie más. Es una cosa importante porque asienta el respeto», resume el futuro suegro, quien justifica los 15 años de la novia como una edad en la que «todavía se controlan más». «A los 16 ó 17 ya empiezan a ser otra cosa», señala.
La edad «no tiene nada que ver», confirman los novios, quienes contestan al unísono que tendrán los hijos «que Dios quiera». Un Dios de rito Evangelista al que convocan entre cantes y guitarras.
Hay charla animada en el nacimiento de una juerga que se hará madrugada, pero que quedará en poco comparada con la boda. Adolfo vigila que todo vaya bien y recuerda entre risas cómo eran los pedimientos en sus años: «Si a mí me decía el viejo: con esa, no podía ni rechistar, aunque luego había un tiempo para conocerse. Si le digo yo a mi hijo que esa, me dice que pa-™ mi». Un poco más allá, José Carlos aprieta firmes las manos para saludar, mientras Cristina, princesa aceituna con 15 años y la intención de no seguir mucho en la escuela, le camela con los ojos. Ya está pidida .