Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Para los antiguos la verdad era una cualidad real y objetiva, aunque alguien no llegara a percibirla: unos por incapacidad personal y otros a causa de la presión del ambiente.

Tambi én la belleza se entendía como objetiva, aunque un individuo, una clase social, una etapa cultural tuviera mal gusto estético.

De modo paralelo, se entendía que la bondad ética existía, majestuosa y objetiva, aunque una persona o muchas personas tuvieran deformada su conciencia.

En otros tiempos era fácil afirmar que una acción era buena o mala. Para afirmarlo, las gentes se basaban en el orden mismo del cosmos. Otros se basaban en la ley eterna de Dios o en la «naturaleza» inviolable del mundo y de las cosas.

Desde hace dos siglos se ha perdido aquella objetividad. Muchos piensan hoy que no existe algo objetivo como la verdad, la belleza o la bondad. Se dice que todo es subjetivo.

En ese caso, ¿cómo fundamentar el juicio sobre el bien y el mal? ¿Cómo educar en el bien a las nuevas generaciones?

Al perder la referencia objetiva, algunos pretenden poner el fundamento del bien y del mal en las leyes. Sería malo sólo lo que está prohibido por la ley. Y sería bueno todo lo que está permitido. Muchos piensan así cuando hablan de la homosexualidad o del aborto. Pero, sabemos que las leyes han legitimado a veces los delitos más horrendos.

Otras veces, el fundamento del bien y del mal se sitúa en la utilidad inmediata de las acciones. Pero por buscar la utilidad a corto plazo se han producido los desastres ecológicos que ahora lamentamos.

Otras veces, el criterio del bien y del mal parece ser la simple intuición personal . La persona dice que una acción es buena porque así le parece a ella, pero se subleva cuando es víctima de un abuso debido a las «intuiciones» ajenas. Las violaciones o los abusos contra la dignidad humana nos dicen que es muy peligroso calificar el bien o el mal con criterios subjetivos.

Hay quien apela a la religión para afirmar que un comportamiento es bueno o malo. Ese apoyo es válido al interior de la comunidad. Pero hay que buscar cauces de diálogo con los que no participan de la misma creencia.

Vistas las carencias de estas razones, habrá que fundarse en el mismo ser del hombre , es decir, en su profunda verdad. Así lo afirma el Papa Juan Pablo II en su carta encíclica El esplendor de la verdad (EV 48. 96). El «ser» de la persona es determinante para lo que ha de «hacer» o lo que se puede hacer con ella.

El ser humano trae en sí mismo las instrucciones para el uso. Es decir, la persona ha de comportarse como persona y ha de ser tratada por los demás como persona, no como un objeto. Toda persona ha de ser respetada.

Hoy se pide respeto a los animales y a las plantas. El ser humano, viviente y personal, no puede ser una excepción. También la verdad última de su ser merece respeto y cuidado.

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