Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El saludo de paz es el distintivo del Señor Resucitado; una mirada a este mundo nuestro la convierte en una de las necesidades más acuciantes. Jesús no da la paz como la gente, ni tan siquiera la paz que la gente puede dar. Jesús da su paz, y él mismo es la verdadera paz. Se entrega a sí mismo cuando da la paz, y consigo entrega al mismo Dios, porque él y el Padre son uno. En lo más profundo del corazón del hombre y de la vida de los pueblos existe un profundo anhelo de paz. La paz está en el fondo de todas las aspiraciones humanas. Una paz que es imposible lograr sin libertad, sin justicia, sin verdad y sin amor, porque la paz es el resultado de la unión de las cuatro. A la vez que deseamos la paz, sentimos la total incapacidad de lograrla para todos.

La paz de la que habla el Señor no se refiere a una prosperidad de carácter terreno y ni siquiera a la paz interior del alma. Se trata de su paz, la paz que posee el que no pertenece a este mundo, y que llega a los discípulos a través de la comunión que los une con él. No es una paz totalmente hecha, sino una tarea que entre todos debemos realizar. Tampoco se coloca fuera del alcance de las dificultades de la vida, pero sí da las fuerzas necesarias para superarlas. La paz no puede venirnos más que de Dios. Es un don suyo. Un don que debemos pedir y agradecer y con el que debemos colaborar. Un don que en Jesús se ha hecho realidad palpable y vital. El, Jesús, es nuestra paz; el único que da la paz que necesita la humanidad. Una paz que hará posible el hombre nuevo, la nueva humanidad; que producirá una sensación interior de plenitud, al no contentarse con lograr un orden externo justo. El amor de Jesús es su paz, la paz que él nos deja. La paz difícil de quien ama perdiendo las propias seguridades; la paz misteriosa de Getsemaní y de la cruz, que llevaba en germen la paz de la resurrección. Es la paz que celebra el amor entre los hombres que se descubren hermanos y deciden vivir como tales; el espejo de la humanidad verdadera, auténtica, fraternal.

Nos falta paz porque nos faltan hombres de paz. Personas que poseen la paz en su corazón, la llevan consigo, la comunican y la difunden. Estos construyen paz porque ayudan a acercar posturas y crean un clima de entendimiento, de mutua aceptación y diálogo. La «cultura de paz» sólo se asienta en una sociedad cuando las gentes están dispuestas al perdón sincero, rechazando sentimientos de venganza y revancha. El perdón libera de la violencia del pasado y genera nuevas energías para construir el futuro entre todos. En medio de esta sociedad, los cristianos hemos de escuchar de manera nueva las palabras de Jesús, «la paz os dejo, mi paz os doy», y hemos de preguntarnos qué hemos hecho de esa paz que el mundo no puede dar, pero que necesita conocer.

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