Profesora de inglés da lecciones de altruismo

Ahora que la ambición por dinamitar la línea que entrelaza la vocación de enseñar y el empeño de aprender está más cerca que nunca de lograr su propósito destructor, valen más las excepciones. La de una profesora -”una más entre los cientos o miles de ese elenco de itinerantes que tienen cada curso un destino, cada año un colegio, y cada día cientos de kilómetros por recorrer entre su casa y el pupitre-” que en nueve meses ha dado tres lecciones diarias: la que le obligaba su compromiso docente con la administración y los alumnos; otra de compromiso social y una más de altruismo. La clasificación histórica del maestro. No pasó de largo el gesto de Yolanda Díez entre las madres y los padres de los alumnos del colegio de Lillo; tampoco entre los alumnos, que ayer le dedicaron a la profesora un gesto de aprecio, de gratitud, de nobleza, por el desvelo extraordinario, sucesivo desde septiembre hasta ahora, trascendente, sobre todo, a sus deberes contractuales.

La historia de Yolanda Díez en su destino temporal del colegio de Lillo parece habitual. No lo ven así los padres, que ensalzan la dedicación de la profesora por enseñar a sus hijos inglés. Primero en las aulas; después, en sus casas; y más tarde en un centro público de la localidad del alto Porma, donde estableció un horario de clases extraordinario para tratar de limar las deficiencias de los chavales con la lengua inglesa. Estableció turnos, clasificó grupos, según los conocimientos de los niños, para ganar eficiencia en el aprendizaje. «No podemos decir más que estaremos enteramente agradecidos a Yolanda, por su dedicación, por su entrega a estos niños», explicaron ayer los padres de los 17 alumnos que durante este curso, además de inglés y materias comunes del temario de primaria, han asistido a clases de humanidad, de compromiso con la sociedad rural tantas veces olvidada. Hay maneras sencillas de agradecerlo; formidables a la vez: unas flores para la teacher.