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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El domingo después de Pentecostés se dedica a la Santísima Trinidad. Es el lugar más apropiado del año litúrgico para esta celebración. El papa san León Magno, en sus Sermones de Pentecostés, gustaba detenerse a considerar la Trinidad. Y es lógico, puesto que por el Espíritu Santo llegamos a creer y a reconocer la trinidad de personas en el único Dios. Habiendo celebrado todos los misterios de Cristo, la Iglesia echa una mirada retrospectiva de agradecimiento a la obra completa de la redención. Desde la contemplación de las obras maravillosas de Dios, nos volvemos a considerar la vida interna de la Divinidad.

El objeto de la fiesta no es una realidad abstracta. Lo que adoramos es el Dios vivo, el Dios en que vivimos, nos movemos y existimos. Las personas divinas de la Trinidad no son extrañas. Por el bautismo participamos en la vida de Dios; entramos en relación personal con el Dios Uno y Trino. La gracia bautismal nos incorpora a Cristo, nos llena con su Espíritu, nos hace hijos de Dios. En una meditación sobre la Trinidad, santo Tomás de Aquino afirma que por la gracia no sólo el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu Santo vienen a morar en la mente y el corazón. El Padre viene fortaleciéndonos con su poder; el Hijo, iluminándonos con su sabiduría; el Espíritu Santo, con su bondad llena de amor nuestros corazones.

No se puede comprender el misterio de Jesucristo sin encuadrarlo en el misterio de la Trinidad. De la misma manera, la Iglesia, Cuerpo de Cristo, se apoya en el misterio de la Trinidad, único fundamento de su existencia. Celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad es celebrar a Dios que es comunidad, pero sobre todo «celebrarlo en Iglesia-comunidad», con una celebración que incluye el compromiso de hacer comunidad en el mundo, y hacer del mundo una comunidad. A Dios no se le puede entender como un ser solitario y egoísta sino como una comunidad original que vivifica a la comunidad universal.

El Dios de los cristianos no es un dueño supremo, sino un Dios al que la Iglesia invoca como Padre, Hijo y Espíritu. Al nombrar a Dios como Padre, descubrimos la bondad y diversidad de Dios; al descubrir la Iglesia de Cristo, la vemos fundada en la Trinidad de Dios; y al confesar al Dios Trino como Dios del amor, aceptamos el dinamismo del amor. El núcleo central del cristianismo es éste: Dios, como Padre, nos invita por medio de Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro, a acoger en nosotros su Espíritu para que seamos, a todos los efectos, hermanos en la Iglesia y solidarios con el mundo. Por consiguiente, tenemos acceso al Padre, en el Espíritu, por Cristo.

Se celebra en este domingo el Día « Pro Orantibus », una jornada de oración en favor de los religiosos y religiosas de vida contemplativa. Una ocasión para la estima y gratitud por lo que estas comunidades representan en la vida de la Iglesia y de nuestras Diócesis.