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Cornada de lobo | pedro trapiello

Lección verdirroja

Publicado por
pedro trapiello
León

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Ortega y Gasset la recorrió con frecuencia y tomaba nota. Esa carretera-muermo que lleva de Valladolid a León no dice casi nada, pero enseña mucho al ensancharse aquí el horizonte que las montañas estrangulan más arriba, así que se pierde el ojo muy lejos... o se enreda corto de patas en la maraña de tendidos eléctricos que metalizan todo el trayecto a un lado y otro (ríete de la Sama-Velilla)... o se da de morros con los atragantos de la autovía a Pucela, aplazada hasta que san Juan baje el dedo de la crisis y nos lo meta en... o se apresa en palomares mordidos por la incuria que enseñan tripas de adobe hecho nidales, nichos hoy donde duerme su paz un tiempo difunto sin responso ni remiendo... o se esplaya en mayo en un mar de verdes espigados, pero viudos de amapolas que ahora espulgan de los trigos con química herbicida como si fueran peste, ni una sola se ve. A la primavera de Tierra de Campos le robaron la lección verdirroja, en junio rojidorada, que fue su seña y su pendón tendido... pobres amapolas confinadas a cunetas y baldíos donde dan su último grito bermellón. Ya no hay en mayo mares rojos en Castilla.

De León a Valladolid pide parada la prisa o el recado. Mayorga tienta, pero Rioseco (Medina) atrapa (no olvides las garrapiñadas de Villafrechós y el pan bregao de La Espiga). Ortega también paraba aquí cuando iba de camino a La Castilleja, heredad mayorguina de los Varela con los que emparentó, aunque fue en Valderas donde se parachutó para lograr su acta de diputado en las Constituyentes de 1931. En esta Medina de latido moro le causaban honda admiración sus calles y plazas porticadas, la generosidad de las casas renunciando a parte de sus bajos y convirtiéndolos en aceras a cubierto de lluvias y soles con su trajín tenderil y artesano, sus mercados, su fisgar y sus encuentros de atar la burra. Pero se equivocaba Ortega. Esos soportales (habría que exigirlos en toda ciudad) no nacieron por gentileza de los dueños de las casas, quiá, sino por robo clamoroso. Al levantar la segunda planta, la echaban palante sobre postes haciendo edificable y propiedad el aire de la calle y del común. Ostí, qué morro. Y qué mala escuela tuvimos. De ahí nos viene esto de hoy.

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