Corpus Christi
Liturgia dominical
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
Celebramos este Domingo una de las Fiestas de más arraigo en nuestra patria y cuyo distintivo más característico es la procesión. Un gesto que quizá brotó, allá por el siglo XIII, de la costumbre más general de las procesiones del campo. En éstas el hombre recorre la tierra en donde se desarrolla su existencia, santificándola, e introduce lo «santo» en la vida. ¿Qué nos dice, en primer lugar, la procesión del Corpus Christi, si la consideramos de este modo? Nos hace descubrir que somos peregrinos sobre la tierra; no tenemos aquí patria permanente; somos los que cambian, los que, errantes, andamos por el espacio y el tiempo, los que siempre estamos en camino y buscamos la patria propia y el descanso eterno.
La procesión nos habla de la presencia permanente de la reconciliación en los caminos de nuestra vida. Nos dice: Él va con nosotros y con Él la reconciliación, el amor y la misericordia. Él, que nos persigue con la terquedad de su amor mientras somos peregrinos en esta tierra; que nos busca cuando andamos por caminos tortuosos y perdemos la dirección. Él, que busca la oveja perdida y corre al encuentro del hijo que se había ido. Él va con nosotros en la peregrinación de nuestra vida. Él, que ha recorrido por sí mismo también las calles, desde el nacimiento hasta la muerte, y por eso sabe cómo le va al ser humano en su periplo vital y, con tanta frecuencia, sin camino claro y definido. Está ahí, visible e invisible, Él, con la misericordia de su corazón, con la experiencia de una vida completa de hombre, paciente y madura y misericordiosa. Llevamos el Sacramento a través de los campos y de los desiertos de nuestra vida y confesamos: estamos acompañados por Aquel que con su sola compañía puede hacer todos los caminos rectos.
La procesión nos habla también de la unidad que reina entre los que se mueven. El movimiento de la humanidad a través de su historia, de sus culturas, naciones, guerras y caídas no es solamente un desordenado y caótico entremezclarse. El movimiento de los hombres tiene su unidad. Llevamos el Cuerpo del Señor en procesión y con ello expresamos que todos somos uno, que todos vamos por el mismo camino, el único camino de Dios y de su eternidad.
Las mismas fuerzas de la vida eterna obran ya en todos nosotros; una participación que nos vincula más profunda e interiormente que todo lo que de otro modo podría unirnos o separarnos. Llevamos a través de la vida el Sacramento de la Unidad de la Iglesia y de todos los redimidos y nos adherimos al amor que mueve al sol y a las estrellas, a los hombres y a todo el cosmos, al único fin: el día en el que Dios será todo en todos. Caminemos hoy y siempre, incansables, por todas las calles de esta vida, las llanas y las escabrosas, las felices y las sangrientas. El Señor está presente; el fin del camino y la fuerza para recorrerlo están presentes. Bajo el cielo de Dios va por las calles de la tierra una sagrada procesión. Llegará. Pues ya hoy celebran el cielo y la tierra juntos una fiesta feliz.