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Cosas de aquí | El furtivismo y la conservación de las especies

La muesca furtiva en la piel del oso pardo

El Fapas localiza en la montaña de León un oso joven marcado por la presilla de acero de un cepo para jabalíes

El joven oso retratado en un hayedo de León por la cámara del Fapas; entre su cuello y su pata derec

Publicado por
L. urdiales | redacción
León

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El oso enseña el hocico a la cámara y a la vez muestra un clavo en las entrañas, un apéndice de la lucha desigual que mantiene el hombre contra la fauna y el territorio. Daños colaterales de los montes minados de cepos. El oso, este oso de tres primaveras, solitario, nómada, explorador por orden genético, liberado de otra carga que no sea vagar y hacer kilómetros entre brezos y ese hábitat primitivo de los montes de la montaña occidental de León que le han puesto a salvo de la extinción, asoma el morro en el hayedo como quien busca auxilio y denuncia el delito ante la autoridad. Las cámaras del Fapas en los corredores oseros que entrelazan León y Asturias, al occidente, en mitad de masas frondosas, ha puesto en alerta a esta asociación proteccionista, que denuncia el ejercicio descontrolado del furtivismo. «Que frena de forma alarmante la recuperación del oso pardo en la cordillera Cantábrica», denuncia Roberto Hertasánchez, presidente del Fondo Asturiano para la Protección de Animales Salvajes. El oso retratado con la pica clavada no dejó evidencia de estar herido. Lleva dos arandelas y una presilla que se utiliza para apretar cables de acero con los que se fabrican cepos. Cepos para jabalíes, igual de letales en el caso de que sea un osezno el que tropiece con ellos. Nadie puede calcular ahora el efecto que el artilugio depredador va a traer para este macho joven. En el peor de los casos, una herida infectada por el calor con consecuencia funestas. El Fapas alerta a las autoridades de la incidencia del furtivismo en una especie en condena de extinción a pesar de los resultados de incremento de población que han traído las medidas protectoras. Insuficientes, aún, mientras la especie tutelada se encuentre en el paseo diario con una dentellada de acero en el pecho. Así, el destino no tiene nada de inescrutable; basta recordar aquel oso con el costado despellejado por un lazo al que no le alcanzó el dardo cuando iban a sanarlo.

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