Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Es el tema dominante de la liturgia de este domingo: la oración como guía para rastrear los caminos de Dios y la perseverancia, porque no es fácil ni cómodo seguir el Señor. O en palabras de san Agustín: «La lectura del santo evangelio nos impulsa a orar y a creer, y a no presumir de nosotros, sino del Señor. ¿Qué mejor exhortación a la oración que esta parábola del juez inicuo que se nos ha propuesto? Un juez inicuo, que ni temía a Dios ni respetaba al hombre, escuchó, sin embargo, a una viuda que le importunaba, vencido por el hastío, no movido por la piedad. Si, pues, escuchó a quien no soportaba que le suplicase, ¿de qué manera nos escuchará quien nos exhorta a que pidamos? Creamos, pues, para poder orar. Y para que no decaiga la fe, mediante la cual oramos, oremos. De la fe fluye la oración; y la oración que fluye suplica firmeza para la misma fe».

Si está claro que la oración está relacionada con hacer justicia a los más necesitados, de ninguna manera se puede separar del compromiso. El cristiano que en su oración toma conciencia de su fe, ha de ser el primero en la lucha por la justicia y la fraternidad entre los hombres. Esto, en teoría, no admite la menor duda. Otra cosa puede ser la práctica de cada día en nuestra vida. La oración se pervierte cuando no ayuda a ver en la fe la exigencia del amor a los hermanos, y concretamente a los más pobres. Esta es la verificación de la oración.

Sin fe no se entiende la oración. Y el problema de fondo ya lo insinúa Jesús: «Pero el Hijo del Hombre cuando venga, ¿encontrará en la tierra una fe como ésta?» El problema de fondo, por lo tanto, es la fe. Y en un mundo como el nuestro, que en un alto porcentaje rechaza o no tiene en cuenta la fe, la oración carece de sentido. Por eso Jesús lo que pide consecuentemente es la fe en el Reino de Dios y todo lo demás es añadidura. También la oración. Una fe vivida siempre implicará la oración.

Orar siempre, orar sin intermisión no es alejarse de la realidad cotidiana para elevar los ojos al cielo y perder el sentido de la tierra. Orar siempre es llevar la vida a presencia del Dios. Es permanecer en la fe y en la esperanza, trascender nuestras razones y nuestros egoísmos. Es responder a la llamada de Dios que nos convoca a todos para entrar en su Reino de paz, de justicia, de verdad, de libertad, de fraternidad. Orar es, en consecuencia, luchar por todos esos ideales tan profundamente humanos y tan profundamente cristianos.

Aprendamos a poner siempre delante de Dios todo cuanto somos y queremos. Aprendamos a vivir siempre sin desanimarnos, sin perder la esperanza en Dios Padre, porque su Reino está entre nosotros, porque su amor se ha derramado en nuestros corazones, porque sus promesas no pueden fallar.

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