Diario de León

¡Oh cruz bendita, brilla siempre!

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León

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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Durante siglos los caminos de Europa han llevado a los peregrinos hasta el sepulcro del apóstol Santiago, amigo del Señor. Europa se ha hecho peregrinando, como escribió Goethe. Desde Compostela Juan Pablo II dirigía a Europa un mensaje de vida y de esperanza. En la plaza del Obradoiro a la que se asoma la catedral de Santiago, el 6 de noviembre de 2010 Benedicto XVI volvió también su mirada hacia Europa. A esa Europa, la Iglesia le ofrece sólo una aportación: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida. «Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre».

 Europa ha preferido pensar que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. En realidad ha confundido al Dios de Jesús con el Dios contra el que se subleva Prometeo. Europa ha decidido ignorar que Dios está de la parte del hombre. El libro de la Sabiduría se pregunta: ¿Cómo hubiera creado Dios todas las cosas si no las hubiera amado, Él que en su plenitud infinita no necesita nada? (Sab 11,24-26).

Esa frase encuentra en los labios del Papa el eco de otras cinco preguntas: «¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera velar por ellos?... ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra?... ¿Cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?»

Las respuestas se encuentran en la vida misma de los europeos, en la historia sangrienta del último siglo y en el materialismo egoísta de los últimos tiempos. Pero el Papa ha preferido mirar hacia delante y proponer un ideal de fe y de vida más humana: «Es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo».

A una Europa que se avergüenza de la cruz, le recuerda el Papa los cruceros que marcan los caminos que llevan a Compostela. «Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra historia, porque Cristo se dejó clavar en ella para darnos el supremo testimonio de su amor, para invitarnos al perdón y la reconciliación, para enseñarnos a vencer el mal con el bien».

Desde el profundo amor al ser humano, a sus proyectos y esperanzas, el Papa puede hacer suya la oración del peregrino: ¡Oh Cruz bendita, brilla siempre en tierras de Europa!

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