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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

En este domingo la descripción de violencias que hace el evangelista Lucas, parece que podría estar entresacada de cualquier crónica sobre acontecimientos de nuestro tiempo. El mal en el mundo es cosa vieja. Por eso qué oportuna es la recomendación que nos hace el apóstol san Pablo en la segunda lectura para que no pensemos que la vida espiritual del cristiano es ajena al mundo y sólo se sostiene con la esperanza en la venida del Señor. Por eso recrimina a algunos hermanos de Tesalónica que se desentendían del trabajo diario, justificados por una inminente venida de Cristo.

El Señor viene continuamente y es necesario descubrir que nos salva en las circunstancias históricas propias, por encima de guerras, terremotos y persecuciones que acompañan la vida del hombre y del creyente. De ahí que no sea fácil vivir con esperanza y perseverar en la fe. Volviendo los ojos a Cristo, que venció al mal en la cruz, el cristiano supera el pánico de la soledad y de la incomprensión y descubre la Buena Noticia del Reino de Dios que se instaura en el mundo. Todos los días son, pues, oferta gratuita de salvación.

Al final de la tremenda y trágica historia de la humanidad será, por fin suprimido todo el mal, y cada cual será tratado según la forma en que ha participado en ella. Porque, de hecho, todos tenemos alguna responsabilidad en la marcha del mundo. Por eso, no hay que estar nunca satisfecho de nuestra conducta y de nuestra fe. Los judíos estaban orgullosos de sus tradiciones y de la grandiosidad de su templo. Y Jesús sorprende a todos con una profecía heladora: «llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Es un terrible golpe de piqueta contra la seguridad de los judíos, basada en la solidez del templo.

El anuncio del fin del mundo no es una noticia de mal agüero para intimidar a los creyentes y obligarles a ser buenos por la fuerza o la coacción. Este anuncio pertenece al Evangelio y es, en consecuencia, «buena noticia». No hay, en efecto, mejor noticia que la de saber que el mundo tiene fin, que el mundo y el sistema y los poderosos de este mundo pasan, que no son «dios» y que, por ello, no hay razón para doblegarnos a los sistemas y estructuras de este mundo y de sus dueños actuales. Es, por tanto, una llamada a la responsabilidad personal y comunitaria: podemos y tenemos que cambiar este mundo injusto, violento y desigual. Podemos y tenemos que trabajar para recrear un nuevo mundo donde habite la justicia y sea posible vivir en paz y en solidaridad.

Vivimos nuestra fe en la Iglesia y hoy celebramos el Día de la Iglesia Diocesana, la familia a la que pertenecemos todos. Ojalá que este día nos ayude a reforzar esta pertenencia como un don gozoso para el bien del mundo.

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