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El origen de la España borbónica

Tras la muerte del rey Carlos II la guerra alumbró el triunfo de una nueva dinastía defensora de una lógica unificadora y centralista. Los geógrafos comenzaron a dibujar los nuevos mapas de la España borbónica El fruto de la investigación geogr

Antonio T. Reguera Rodríguez, autor del libro «Los geógrafos del rey».

Publicado por
César A. Chamorro | león
León

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Antonio T. Reguera Rodríguez, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de León nos ha explicado el fruto de sus últimas investigaciones en el ámbito de su especialidad. La España imperial que busca legitimidad histórica en la Hispania romana y geográfica en la reconquista medieval nos ofrece un campo de prueba de gran interés. Durante el siglo XVI logró el máximo alcance en la proyección transoceánica. Exploró, conquistó y colonizó territorios de dimensiones continentales. Y creó un sistema de gobierno y administración en paralelo a la formación del gran Imperio, el mayor conocido hasta la fecha. Sistema que se convirtió en el referente práctico para el desarrollo de la ciencia política, como se puso de manifiesto en dos obras muy conocidas, El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, y La Monarquía Hispánica de Tomás Campanella.

Según Reguera, no es posible entender que esto ocurriera sin un desarrollo paralelo de la ciencia y de la técnica. Y un capítulo de las mismas, el más destacado incluso en ese periodo, lo forman las ciencias geográficas, con un discurso entreverado de cosmografía, astronomía, geometría, matemáticas, cartografía, náutica e historia natural. Cuando hablamos de Los geógrafos del Rey , hablamos de estos especialistas que mirando al cielo y midiendo la tierra asesoran al Rey en la imprescindible misión teórico-práctica de pensar el espacio.

Al finalizar la Edad Media, en la primera mitad del siglo XV, el mundo se dividía en provincias y regiones, tal y como reflejaban los mapas de la Geografía de Ptolomeo recién descubiertos. Estas geografías regionales se correspondían políticamente con unas sociedades divididas en pequeños reinos, señoríos y otras unidades nobiliarias, junto con los territorios directamente gobernados por la Iglesia. Pero en la segunda mitad del siglo XV se operan cambios cualitativamente diferentes. La suma de regiones y reinos da como resultado algo nuevo que llamamos territorio nacional. La región-reino de Castilla, más la región-reino de Aragón producen el territorio nacional que llamamos España, que es una nueva realidad geopolítica.

Geógrafos. A la formación, visualización y proyección de esta nueva realidad contribuyeron los nuevos mapas de Hispania con sus descripciones geográficas adjuntas. Entonces, el papel identitario que realiza la geografía y los geógrafos es incuestionable. Los Reyes así lo entienden, demandando su presencia áulica bajo títulos como el de «cosmógrafo del rey», «matemático del rey» o «geógrafo del rey». Tales fueron el obispo Joan Margarit i Pau, mostrando el mundo al rey Fernando el Católico a través de su códice de la Geografía de Ptolomeo que había mandado componer en Italia, o los cosmógrafos Pedro Apiano y Alonso de Santa Cruz, asesores de confianza del Emperador Carlos V en la compleja empresa de pensar y construir una Monarquía Universal. Felipe II no solo hubo de mantener esta inmensa maquinaria; tras la anexión de Portugal sumó dos Imperios, al mismo tiempo que contrataba para su servicio al científico de más prestigio que había en Lisboa, el cosmógrafo y matemático Juan Bautista Labaña, quien asistiría durante dos décadas a su heredero, Felipe III, en la política de declive imperial. Labaña realizó la obra cartográfica más importante del siglo XVII, el Mapa de Aragón; y para ello fue autorizado por el Rey a abandonar la Corte y trabajar a las órdenes de la Diputación del viejo reino aragonés. Era la metáfora del siglo, pues significaba el ascenso de los poderes regionales frente al poder central, denominado como quiebra del principio unus immotus , o del ejercicio de una hegemonía centralizadora desde una Corte perpetua localizada en Madrid. La quiebra desemboca en dos guerras de secesión declaradas, la de Portugal y la de Cataluña, y en otras rupturas abortadas en estados de larva, como las de Andalucía y el propio Aragón.

Poderes regionales. Los geógrafos en esta centuria trabajarán para los poderes regionales, cuya suma ya no equivalía al todo. Felipe IV se verá incluso en la obligación de extremar la vigilancia del litoral ibérico sometido a la presión cada vez más intensa de ingleses y holandeses. El trabajo de descripción de las costas y puertos de la Península que encarga al geógrafo portugués Pedro Texeira es fruto de esa preocupación. Y cuando las dos grandes potencias europeas, Francia y Austria, se disponían a hacer almoneda con los territorios del Imperio español, tras la esperada muerte sin sucesión del rey Carlos II, resultó que la guerra alumbró el triunfo de una nueva dinastía defensora de una nueva lógica unificadora y centralista. Los geógrafos comenzaron a dibujar los nuevos mapas de la España borbónica.

Después aparecerán los geógrafos del Marqués de la Ensenada trabajando para el Catastro; y vendrá el régimen liberal que acomete la división provincial. La generación siguiente comienza ya a trabajar en el Mapa Topográfico Nacional, siguiendo otros hitos destacados. En lo que precede ha quedado al menos perfilada una tesis difícil de ocultar: hemos de seguir pensando el mundo, midiendo la tierra y ordenando territorios.

Para Reguera, la conclusión, de orden didáctico, es que Filosofía, Geografía y Política entreveran un discurso que adquiere significado a medida que se complejiza. Lo contrario queda para las didácticas no presenciales.

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